Cuando entré en la Universidad de la Habana en 1991, la piscina y el campo de tiros del CEDER no funcionaban. La piscina se mantuvo vacía durante los cinco años en los que mi alma mater me acogió, y las clases de tiro que tomé durante los dos primeros años de universidad (requisito del currículo docente) consistían en practicar las mejores posiciones para realizar efectivos tiros al blanco, sin el arma ni la diana, además de los tradicionales ejercicios de calistenia. Jamás pusimos un pie en el terreno de tiro que existía, creo, detrás de la pista de atletismo, pues se mantuvo cerrado durante todo ese tiempo. Ayer en la mañana, Iván García publicó en Diario de Cuba un artículo titulado “Pistas sin arcilla, piscinas secas“, sobre el estado de las instalaciones deportivas en Cuba. El deterioro de las instalaciones de la Villa Panamericana, por ejemplo, contrasta con la euforia populista de principios de los 90s conque el gobierno cubano intentó convencer a la juventud de lo entretenido que podía resultar el socialismo, encarnada en mediáticas campañas que la UJC promovió bajo la guía de quien fuera por entonces su primer secretario, Roberto Robaina (Robertico, a quien el multitudinario éxito de las mismas puso a la cabeza del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba). En esa época, las instalaciones Panamericanas acogieron no sólo eventos deportivos sino también conciertos, festivales y marchas nocturnas con antorchas que celebraban la esperanza de un futuro que seguiría siendo socialista a pesar del eco desestablizador de los sucesos en Europa del Este y en la URSS. En la realidad actual, a juzgar por el estado de las instalaciones deportivas, si el deporte es un derecho del pueblo cabe preguntarse en cuánta estima se les tiene a ambos.
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