Mucho habría que hablar sobre los proyectos urbanísticos, de diseño, culturales, alguna vez impulsados por el actual gobierno cubano y esgrimidos en estandartes de su bienhacer, luego dejados en manos del azar y la desidia, una y otra vez. Hace poco se hablaba del nuevo zoológico inaugurado en los 80s en las afueras de la Habana, y de su estado de abandono en la actualidad. Pienso también en la aldea taína Guamá, en la Ciénaga de Zapata, lugar que cuando visité de niña me pareció mágico, o en la Fuente de la Juventud, inaugurada el 29 de julio de 1978 en ocasión del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes celebrado en la Habana y del cual adquirió el nombre (ver cronología de eventos del festival aquí, en pdf).
Proyectada por los arquitectos Rómulo Fernández, Miriam Abreu, Jesús Sánchez, José Cuedias y Antonio Pérez González, Ñiko, la fuente, mientras funcionó, con cinco secciones de diferentes colores que identificaban los cinco continentes, en consonancia con el logotipo del evento, constituía un conjunto arquitectónico hermoso, bien logrado, y un agradable destino para el paseante, sobre todo si se visitaba de noche, cuando las luces de colores de la fuente se mezclaban con las de las farolas de los bancos de arquitectura moderna de los alrededores, que reposaban sobre un piso de granito que, de vez en cuando, mostraba ilustraciones que recuerdan las estampas de algunos frisos clásicos.
Hace muchos años que la fuente está seca, sus alrededores áridos, y sus colores rotos. El sol castiga el monumento y los jóvenes que alguna vez celebraron el antimperialismo en sus premisas han sembrado grotescas columnas de acero entre los rostros de perfil griego que se solazaban en la contemplación mutua, como si no creyeran ya (o nunca hubieran creído) en las ramas de olivo y en la celebración de la amistad.