En Cuba hay baños prístinos de mármol, baños de azulejos y baños con paredes de cemento; baños con agua fría y caliente y baños sin una gota de agua, o sin ducha, o con duchas a donde no sube el agua; baños con indoros que descargan y asentadero y tapa, baños con inodoros que sólo descargan con la fuerza de un cubo de agua y baños con pútridas letrinas, aún en capitales de provincia como Victoria de las Tunas; baños grandes como salones de baile y baños pequeños y atestados; baños para visitantes, antiguos baños de criados, y baños colectivos, compartidos por más de una familia; hay también baños con pinturas al fresco, con coquetas y armarios empotrados, y baños con sólo un inodoro y una pila; hay baños con espejos y sin ellos; hay, por último, baños impolutos, baños mugrientos y baños apestosos. Nada quizás distingue más las diferencias sociales en la Cuba de hoy que las condiciones de los baños.
El de la foto es el baño de la casa de mis abuelos, una casona del Vedado construida en 1911, con techos de viga y losa. Antes, cuando yo era niña, tenía una bañadera de hierro, cuyas patas fueron sustituídas, a medida que se fueron rompiendo, por una lomita de ladrillos, hasta que finalmente todos los ahorros de mi abuelo se covirtieron en una nueva poceta y en repello para el techo, que ya soltaba pedazos del revoque. Cuando era niña, este baño tenía una blanca taza de inodoro, pronto sustituida por una de porcelana azulosa, fabricada en Cuba, cuyo diseño jamás contempló los orificios para poner tapa y asentadero. Hace tiempo que el mecanismo que permitía descargarla se rompió, ante lo que mi abuelo inventó un hilito que permanece flotando en el agua del tanque. La más reciente adquisición ha sido el lavamanos, que mi mamá compró con lo que ahorra de las remesas que recibe de sus hijas. Eligió un modelo lo más parecido al de su infancia, anteriormente reemplazado por uno a juego con el inodoro azul.
H/T: María Paula Gómez Cabrera


