Anthony Bourdain encuentra bella a la Habana, belleza que aprecia en los ruinosos edificios que, según él, solo han sido estropeados por el paso del tiempo y no por el comercio global o la arquitectura socialista prefabricada. En su estado actual, la Habana se le aparece cual versión elegante de su propio pasado. Y admite que así quisiera que se conservara siempre, para poder disfrutarla, pues dice que no le gustaría encontrar en ella la publicidad de fast foods, los hoteles boutique, el servicio de botella (VIP) de algunos bares, ni los Lamborginis amarillo canario que pululan en los sitios más afluentes de Miami. Bourdain no quiere, dice, cuando los cubanos todos tengan acceso a la era digital, estén conectados y chateen libremente y vean 500 canales de televisión, que los mojitos se sirvan en vasos desechables y los antiguos barrios se plaguen de campos de golf o parques acuáticos. Con intenciones y exhortaciones a dejar a un lado la política, Bourdain presenta su programa como una invitación a disfrutar de la belleza de la Habana, hermosura pobre pero, a fin de cuentas, hermosura, tanto más cuanto, dice, hace de esta ciudad la más hermosa de América Latina y el Caribe, y de los cubanos, seres orgullosos y de buen corazón, simpáticos y atentos. Tendrá que convencer a unos cuantos cubanos para conseguirlo.
(h/t: sopadecabilla.com)