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la Universidad de la Habana

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Interior de la Facultad de Filosofía e Historia, Universidad de la Habana. Imagen tomada de Emilio Ichikawa. 2012.

Aula de conferencias, Facultad de Psicología, Universidad de la Habana. 1996.

En las pocas ocasiones en que tuve que enseñarle la Habana a algún amigo extanjero, me rompí la cabeza buscando sitios hermosos que mostrarle, más allá de la Habana Vieja, el Malecón, el Capitolio, y un selectivo paseo por el Vedado y Miramar. En esos casos, la Universidad de la Habana jamás me defraudó. Su estatura, que la escalinata de 88 escalones destaca, presidida por una hermosa mujer de cuerpo mestizo y rostro de joven blanca cuyos brazos extendidos en gesto de bienvenida y buena fe acogen a quien llega a sus predios, sus imponentes edificios neoclásicos, rodeados de exhuberante naturaleza tropical, la brisa y las sombras, y la juventud que por todos lados brota, no pueden sino impresionar al visitante, como me impresionaron a mí cuando, de niña, pasaba por sus alrededores, lo mismo por la calle que sale del hospital Calixto García y rodea el campus por el Oeste que cuando divisaba su silueta, viniendo del Este, rumbo al Vedado, por la calle San Lázaro o por Neptuno. Sin embargo, cuando esta señora de bronce me acogió como discípula, la carrera que elegí se estudiaba en un edificio que se encontraba fuera de sus inmediatos predios, de construcción moderna, erigido en los tempranos 60s y concebido con climatización artificial, que jamás tuvo en mi época, y con sótanos diseñados para conducir cuanto experimento requería la psicología soviética, que tampoco funcionaron, dicen que por culpa del Periodo Especial. Por suerte, al menos cada dos años una nueva capa de pintura de cal blanqueaba las paredes, para acoger a los visitantes extranjeros que asistían a los bianuales Encuentros de Psicología Marxista y Psicoanálisis.

Emilio Ichikawa colgó las fotos del interior de la Facultad de Filosofía e Historia, a la que sí acoge un neoclásico edificio de la Colina, muy cercano a un Rectorado que copia al Partenón, y su vestíbulo me recordó la grisura del de la Facultad de Psicología y, por contraste, las viejas aulas de la Facultad de Derecho con sus enormes pizarrones de maderas preciosas que subían y bajaban, y el patio interior de la de Matemáticas con sus portales mágicos y su vegetación tropical. Y aunque llegué a querer el aburrido edificio de Mazón y San Miguel donde a diario tomé clases, siempre que visité el perímetro de la colina de Aróstegui algo de envidia me alcanzó, aún cuando solamente anduviera por la Facultad de Filosofía e Historia y de Sociología, cuyo ambiente interior recuerda más el de la más alejada Facultad de Psicología que el de los centenarios edificios esparcidos alrededor de la colina.


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