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los pastiches de la modernidad cubana

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Calzada y 8, Vedado. 2010s. Foto tomada del libro...

Calzada y 8, Vedado. 2010s. Foto tomada del libro The Havana Guide: Modern Architecture 1925-1965, de Eduardo Luis Rodríguez (2000).

El edificio, de arquitectura moderna, fue construido en los 1950s. Lo diseñó Enrique Borges para Ildefonsa Someillán en 1951, y queda justo en la esquina de Calzada y 8, en el Vedado. La renta de sus apartamentos engrosaba el capital de la acaudalada señora. Los automóviles parqueados a un lado de la entrada son Ladas, marca insignia de la modernidad soviética. Su distribución selectiva dio cuantiosos dividendos políticos al estado cubano. Automóviles y casas premiaron, y dieron visibilidad social, a la nueva clase política cubana durante las tres décadas que siguieron a la toma de poder de 1959.

Los modernos sillones de metal fundido que hay en uno de los balcones, de moda en los 1990s, son de fabricación artesanal. Su venta a domicilio formó parte de un jugoso mercado clandestino. Por esos años, los nuevos propietarios de los apartamentos de la señora Someillán comenzaron a rentar habitaciones a turistas extranjeros, a quienes también ofrecen desde entonces el servicio de taxi en exclusivo. Para ello, les basta con hacer una llamada al moderno celular del chofer de uno de los dos automóviles parqueados en los bajos.


Culturas vernáculas y canibalismo sígnico, conferencia de Ernesto Oroza

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Video de la conferencia “Culturas vernáculas y canibalismo sígnico”, de Ernesto Oroza, celebrada el 23 de Junio 2010 durante la XVII edición de las Jornadas de Estudio de la Imagen 2010 organizadas en el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M).

H/T: inCUBAdora.

Habanemia: El edificio del socialismo

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Imagen tomada de Habanemia. 2013.

Imagen tomada de Habanemia. 2013.

En Habanemia: El edificio del socialismo:

El edificio Sarrá tenía más o menos la edad actual de la revolución cuando esta llegó al poder en 1959. Dos años más tarde, en abril de 1961, a los pies de este inmueble de cinco pisos, enclavado en Veintitrés y Doce, una de las esquinas más céntricas de El Vedado, fue declarado por Fidel Castro el carácter socialista del proceso revolucionario. …
Tal como se derrumbó el llamado socialismo real por el peso abrumador de la realidad, en estos días corre peligro de desplome este simbólico edificio, que había pertenecido a uno de los mayores casa tenientes de la ciudad y, por tanto, uno de los más grandes expropiados por el nuevo gobierno. Como si de un barco se tratara, hace más de veinte años fue empotrada en su quilla una especie de mascarón de proa, una enorme tarja —o tinglado o tropel— que representa un tumulto encabezado por nuestro particular Gran Timonel del Trópico de Cáncer precisamente rumbo al cementerio. …
Desde que vine para La Habana, muy niño, siempre he vivido cerca de la esquina de Veintitrés y Doce y mi primer recuerdo del Sarrá es borroso: una mole todavía con balcones, con dos pequeñas barberías, una hacia Doce y otra hacia Veintitrés, que pronto serían desmanteladas. Desde lejos, por la calle Doce, podía verse un gran letrero encima de la azotea: SARRA LA MAYOR. Los portales en ángulo recto se convertirían entonces en la antesala de un antro sórdido, sembrado de columnas que sostenían un techo muy elevado y costroso, sobresuelo de lo desconocido. …
Un día, también de pronto, la destartalada edificación comenzó a ser remodelada. Desaparecieron los balcones, fue retirado el letrero de la azotea, se esfumó el antro de los bajos, donde se construyeron una pequeña oficina de correos y una galería de arte bastante amplia y rodeada de cristales. Hubo cambios también en otros costados de Veintitrés y Doce. Empotraron por entonces la pesada y tumultuosa tarja de bronce en la columna esquinera. Remozado y pintado, el edificio lucía mucho mejor que antes, aunque en lugar de los balcones aparecían ahora unas toscas ventanas. Pero toda la esquina tenía un aspecto renacido, se veía más céntrica y funcional, con sus dos cines, su pizzería, sus restaurantes, panaderías, tiendas, cafeterías, situados en cien metros a la redonda.
No sé si fue en esa misma época cuando a los inquilinos les dieron materiales de construcción para que repararan sus casas (y algunas quedaron muy bien), pero no se volvió a hacer un trabajo de mantenimiento estructural en el inmueble durante otro largo período de tiempo, lo cual, según una vecina, demuestra el error cometido por el gobierno al eliminar el puesto de “encargado de edificio”, que era quien se encargaba de asuntos tan fundamentales como ese. Dicen que hace un tiempo el poder popular solicitó más de dos mil pesos no convertibles por cada apartamento para pintar el inmueble, pero ellos se negaron porque, dados los numerosos problemas (entre otros, con el ascensor y la escalera), lo primordial era reparar el edificio, no pintarlo. Luego, cuando aumentó el peligro que corrían los residentes, comenzaron a aparecer letreros de protesta y denuncia.
Hasta que, hace solo unos días, se desplomó la escalera y hubo que sacar a los vecinos y sus pertenencias con grúas de bomberos y dispersarlos por albergues de Cojímar y otras localidades, por centros de trabajo, casas de cultura y quién sabe por dónde más, sin que ninguno sepa la suerte que correrá finalmente. Triste desastre predecible. Ahora las autoridades han soldado herméticamente las rejas de la entrada y la policía monta guardia para que no pueda entrar nadie en el Sarrá.
Algunos creen que, luego de que lo apuntalen y lo rodeen con redes, los funcionarios dejarán que el edificio se vaya cayendo a pedazos para, finalmente, despejar el espacio suficiente para construir un pequeño parque, tal como se ha hecho con tantos otros inmuebles de La Habana. En el centro del césped, acaso, quedará un pedazo de la columna esquinera con la tarja de bronce como un mascarón de proa rescatado de un naufragio.
O como una lápida.
Ernesto Santana
Marzo de 2012

la arquitectura y la ciudad de hoy, video

petrocasas

Un siglo de El Vedado, documental

On Cuba: La Yaya

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La Yaya. Imagen tomada de On Cuba. 2013.

La Yaya. Imagen tomada de On Cuba. 2013.

Publicado en On Cuba sobre el poblado La Yaya, 240 apartamentos en cinco edificios de microbrigada, inaugurados en 1972 en las montañas del Escambray:

De 61 años, Tiburcia Hernández López: “El 25 de enero fue la primera mudada y ese día vine a conocer el pueblo, y me gustó, y me mudé el 6 de febrero de 1972. Yo vivía en Biajaca, después de aquel valle que ves allá, en una casa de campo. Tenía que pasar el  fango y el río para ir al trabajo. Había viviendas y tierras por esa zona que estaban donde iban a hacer las vaquerías. Estuvimos de acuerdo con venir a vivir aquí. La casa nos la daban con todo. Ya de esas cosas quedan pocas, pero la daban con fogón, juego de muebles, juego de cuarto y, según los miembros del núcleo, daban la cantidad de camas. A mi papá le pagaban una pensión por esa tierra que dejó  y que, cuando  aquello, era de sesenta  y pico de pesos.

“Sí, aquí vivió mucho tiempo Sergio Corrieri y su mamá. Vivieron también la doctora Graziella Pogolotti y Flora Lauten, que fundó un grupo de teatro, La Yaya se llamaba, y en el que  estuvo mi papá. Flora montaba las obras y ellos las hacían. Fueron a La Habana a actuar y cogieron hasta fama por aquí por la zona. Yo vi La Vitrina tonga de veces. Mi esposo tenía un camión y, cuando el grupo Escambray hacía función, nos montábamos y corríamos detrás de ellos para donde fueran”.

De 65 años, Omar Jaime: “Cuando vine en el 72, el pueblo estaba nuevo. Cuando aquello, todo era nuevo, pero al pueblo le pasan los años como a nosotros, que estamos viejos ya. Mira, yo vine aquí porque tenía casa en Las Torres, y  allí iban a hacer una vaquería. Yo no quería venir para acá. Teníamos la tierrita y cuando empezó la empresa La Vitrina, fuimos afectados por las vaquerías. Fíjate que yo ni pago esta casa, ni pienso pagarla, porque yo tenía mi casa allá con todo y no molestaba a nadie. Sí, estos apartamentos hay que pagarlos, pero yo no lo voy a pagar. No estuve de acuerdo con venir. Vine porque decían que mi casa estorbaba. Allá yo criaba y aquí es difícil.

“¿Que te hable del teatro? Habla tú con aquel hombre de la camisa roja que está jugando dominó, Jesús, que él trabajaba en un grupo de teatro”.

De 85 años, Jesús Oliva López: “Yo actuaba en el grupo de teatro La Yaya, que fundó en este pueblo Flora Lauten. Muchos de los actores que estaban ya fallecieron, éramos más o menos 12 personas. El que quisiera podía estar en el grupo. Nosotros aquí hicimos muchas obras, Los dos hermanosLa Vitrina, y más. Había una en que yo era un personaje llamado Iluminado, y mi mujer, que en paz descanse, se llamaba Rosa. Yo me acuerdo que en la obra le decía “Edelmira, cállate que te voy a dar un planazo”. Y fuimos a actuar a La Habana y todo.

“Vivo allí, en la casa 24 del edificio 3. Antes vivía en Los Cocos, eso queda en Barajagua, y nos mudaron para aquí porque el terreno que yo tenía hacía falta para  hacer un plan lechero, y fue una comisión y conversó conmigo para que entregara la tierra. ¿De acuerdo? Sí, estuve de acuerdo”.

La gente vieja de La Yaya recuerda el día en que Fidel se paró en la loma donde ahora está el pueblo y miró el valle, o sea, la parte de Escambray que le quedaba en frente, y dijo que ese era el lugar donde se construiría una empresa para la producción de leche, una empresa tan “transparente como una vitrina” de cristal.

Eso sucedió en el 1970, y dos años después recién se terminaba de construir La Yaya, y la gente que nació en el lugar equivocado, la gente que hoy es gente vieja allí y a la que yo fui buscando, comenzó a mudarse al pueblo.

De acuerdo con la resolución No259/76 del Ministro de La Agricultura, el día  15 de diciembre de 1976 quedó oficialmente constituida la Empresa Pecuaria La Vitrina, cuyo propósito fundamental entonces era la producción de leche.

Las tierras pertenecientes a la empresa serían las tierras donde vivía la gente vieja de La Yaya, y ellos mismos serían los trabajadores de la empresa, y el Escambray empezaría a desarrollarse económicamente como región con uno de sus sectores fundamentales: la ganadería.

Al Escambray se trasladaron grupos de ordeño mecanizado tipo ALFABAL, de procedencia sueca, termos de frío, camiones, cosechadoras. Era esta una empresa pensada para la cría artificial de terneras y la aplicación de inseminación también artificial. Vaquerías por toda esta zona del Escambray. Mucha pangola sembrada, que es adecuada para que el ganado se alimente. Vacas de buenas razas europeas, Holstein y Bronwi Swis, que darían treinta y dos litros de leche diarios cada una.

De 67 años, María Eugenia Álvarez: “Nosotros fuimos de la segunda mudada para acá, hizo el  otro día cuarenta y un años de eso. Yo vivía allá, mira, por aquellas lomas, allá vivíamos nosotros, lejísimo en el campo, en una granja que ahora es una cooperativa. Mi esposo tenía un pedazo de tierra y entonces nos dieron esta casa. Iba una comisión y hablaban con los campesinos, para ver si estaban o no de acuerdo con venir para la  comunidad. Nosotros sí quisimos porque teníamos tres niñas y vivíamos muy lejos en el campo, y la escuela quedaba como a 4 o 5 kilómetros, pero muchos no estaban de acuerdo porque no les gustaba el pueblo. A mí sí, no quería que las niñas pasaran trabajo y le dije a mi esposo “yo me voy”, y nos dieron esta casita con todo dentro, estos muebles, fogones, cama, ropa de cama, todo. Y de aquí no me voy hasta que me saquen para el cementerio.

“Sí, tú dices La Vitrina, la obra, sí, si nosotros fuimos los fundadores de todo eso. Yo y mi esposo trabajábamos en el ordeño mecánico. Esa obra la hizo aquí el grupo Escambray”.   

 

Café Fuerte: Cines de La Habana o los fantasmas del pasado

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cine atlantic hoy Cinemateca

En Café Fuerte: Cines de La Habana o los fantasmas del pasado:

Por alguna razón que no alcanzamos a explicar, el cine fue algo que pegó muy bien entre los cubanos. Es por eso que poco más de medio siglo después de la primera presentación del cinematógrafo Lumiere en La Habana, para 1958 la capital de Cuba era la que tenía más salas oscuras del continente.

La ciudad ostentaba más cines que Nueva York o París… y por eso algunas estadísticas desbordan el marco continental para afirmar que era la urbe mejor dotada en materia de cines del mundo. Un inventario de unidades cita más de 130; otro, más de 160, y uno bien entusiasta, 300 y tantos. Unas cifras u otras, hacen un compendio de los cines de estreno, de lujo, y los mas modestos, los de barrio.

¿Cuál fue el primer cine de Cuba?

No está claro cuál fue la primera sala de cine de La Habana o de Cuba per se. De la proyección inaugural sí se sabe que ocurrió el 24 de enero de 1897, cuando el empresario francés Gabriel Veyre, representante de la Casa Lumiere -fundada por los hermanos del mismo apellido, que fueron los creadores de la fotografía animada en 1895-, llegó dos años después de la antológica proyección parisina, y alquiló un salón aledaño al Teatro Tacón.

El Teatro Irioja (luego rebautizado como Teatro Martí) fue de los primeros teatros en presentar películas. Y en la lista de los pioneros hay que mencionar al Floradora, que luego cambió a Alaska.

Siguiendo esta modalidad de teatros convertidos en cine merecen atención el Teatro Payret, el Teatro Campoamor, y el Teatro Trianón.

El Payret, por su parte, fue inaugurado el 21 de enero de 1877 por su propietario, el acaudalado catalán residente en Cuba, Joaquín Payret. También se le conoció como Teatro de la Paz, y Coliseo Rojo. Temprano en la década del 50 definitivamente el Payret  quedó convertido en cine, allí en su ubicación frente al Capitolio y besándose por el costado con el Parque Central. La nueva estructura presentó entonces una arquitectura de severas líneas neoclásicas exteriores dentro del universo ecléctico definido así por Carpentier, y un refinamiento entre lo bello y lo cursi en su interior. En el vestíbulo se puede apreciar La Ilusión, escultura de la artista Rita Longa.

El cine Trianón, en la Calle Línea en El Vedado, se inauguró como teatro en 1920. Fue diseñado por el prominente arquitecto cubano Joaquín Emilio Weiss y Sánchez (1894-1968). El inmueble conserva su fachada original cuyo lenguaje arquitectónico es muy parecido al que mostraban los teatros de la época. En el Anuario Cinematográfico de 1958 -que tiene el listado de las 130 y tantas salas que citamos- aparece registrado ya como cine, con mil 100 butacas. Durante décadas, el Trianón integró uno de los principales circuitos de estreno.

En este recuento de los primeros cines de La Habana no se puede obviar el cine Actualidades en la Avenida de Bélgica entre Neptuno y Virtudes, establecido como tal en 1939 por el empresario Eusebio Cosme. El Actualidades es un pionero de los cines cubanos.

Pero no sólo La Habana. Como uno de los momentos más tempraneros de las salas de cine de Cuba hay que citar a El Nacional, cuando en 1916 el comandante del Ejército Libertador Bernabé Rodríguez Meneses, lo inaugura en Fomento, en la provincia de Las Villas, en el centro del país, que lamentablemente despareció durante un incendio en 1929. Y en 1918 se inaugura en Placetas, coterránea de Fomento, el cine-teatro Eligio Torres, situado en la calle Primera del Norte entre 1ra y 2da del Oeste. En 1930 se exhibieron allí filmes sonoros.

Cines de La Habana republicana

Los cines de La Habana construidos en las primeras décadas del siglo XX, época en que la capital cubana más que a New York miraba a París, fueron además excelentes piezas arquitectónicas, especialmente cuando la ciudad sucumbió a la fiebre del Art Deco. De este modo aparecieron cines en tanto que magníficos, exponentes de ese estilo, como el América, en la Calle Galiano.

El Fausto, en el Paseo del Prado y Colón, célebre por su sala de gran longitud, es otro documento Art Deco escrito en hierro y concreto. El edificio de ese estilo que todavía subsiste allí, fue erigido en 1938, una vez demolido el original. Su arquitecto fue Saturnino Parajón y Amaro.

El Fausto fue otro de los “conversos”; empezó a proyectar películas el 15 de noviembre de 1915 y, junto con el Campoamor, fue de los primeros cines habilitados con audio para exhibir películas sonoras.

Los cines de La Habana estaban en sintonía con su barriadas. Cuando El Vedado comenzó a surgir como un área de alto nivel -fenómeno que incrementó durante los 50- los cines establecidos allí fueron reflejo del nivel económico de sus vecinos. El cine Acapulco, en la Avenida 26 en el Nuevo Vedado, fue una de las más modernas y lujosas de la ciudad, con sus espejos de filigrana en el recibidor, acorde con el vigor económico de la burguesía cubana residente en las mansiones de sus calles y avenidas.

Junto con el cine La Rampa y el Rodi, estos tres fueron de los últimos inaugurados antes que Castro tomara el poder en 1959.

La Rampa estaba ubicado en el downtown moderno del Vedado moderno cuando la Calle 23 desciende como una rampa -de ahí su nombre- hacia el Malecón. Entre O y P, este cine tenía una particularidad: desde dentro de él, sin necesidad de abandonarlo, se accedía por un puerta lateral a la célebre cafetería Wakamba, al torcer de la esquina. Esta característica fue abolida en los años 60, y sólo los más viejos la recuerdan.

En La Víbora y Santos Suárez

Otras barriadas y repartos de clase media o clase media alta como La Víbora, Santos Suárez, y La Sierra, tenían sus salas para esa ciudadanía como el Mara, el Santa Catalina o el Roxy.

Antes de 1959, los cines de los grandes circuitos de estreno, como el Payret, el América, el Acapulco, el Arenal, el Astral, el Lido, el Riviera, y el Ambassador, por sólo citar algunos, estaban conectados con y eran clientes de una gran cinematográfica o distribuidora como 20th Century Fox, Columbia o Metro Goldwyn Meyer.

El fabuloso Radiocentro, en 23 y L, con sus casi dos mil butacas, pertenecía a la Warner Brothers. Es por eso que en sus primeros años tras inuagurado se llamó Warner, hasta que fue rebautizado Radiocentro, en el conjunto arquitectónico del mismo nombre, que incluía a la gran radioteledifusora cubana CMQ. En 1971, el Radiocentro fue rebautizado como Yara.

El Radiocentro fue además la segunda sala de cine en acoger el por entonces novedoso Cinerama, las películas en tercera dimensión (luego de 1959, cuando Castro entregó a Cuba a la URSS, un grupo de ingenieros soviéticos cargaron con el equipo para Moscú para investigarlo y copiarlo.

Pero muchos de los cines de La Habana no sólo eran fastuosos y encarnaban significativas joyas arquitectónicas, sino que también eran portentos de capacidad. Algunos de ellos, aún situados en barriadas humildes, como el Lux en Almendares, o el Alfa en Marianao, tenían más de mil 250 butacas. Qué fenómeno: decenas de miles de lunetas para una población de alrededor de un millón de habitantes para 1959.

El Dúplex y el Rex (había otro Rex en Buenavista, Marianao, clausurado desde principios de los 60), se adelantaron en el tiempo con su fórmula de recintos pequeños, modalidad de los cines multi-salas norteamericanos del presente.
No todos los cines tenían aire acondicionado, muchos se refrescaban con poderosos extractores -a veces ruidosos-, pero en ninguno se padecía calor.

El célebre Chinatown de La Habana tenía sus propios cines, entre ellos, el Pacífico, El Águila de Oro y el Continental.

Un fenómeno que no se puede olvidar son los llamados Autocines, como el hermoso Novia del Mediodía próximo a la autopista homónima, donde el espectador podía ir en su coche y desde él disfrutar de la programación fílmica -hubo más de un autocine en La Habana. El Novia del Mediodía es hoy un yerbazal olvidado…

Y La Habana aún tenía un par de cines curiosos: el Verdun, y el Majestic, contiguos, uno de los cuales contaba con techo corredizo, de modo que en la noches sin lluvia se podía disfrutar de una película bajo las estrellas.

Otra curiosidad era la del cine de barrio Cándido, cuya puerta de acceso a la sala oscura estaba junto a la pantalla, de modo que uno entraba allí de espaldas a la película.

Los precios para las películas eran más altos o más bajos según la instalación, la barriada y la cinta en sí. Pero ir al cine costaba centavos. Para los años 70, aún arrastrando una escala monetaria de los 50, los cines de estreno cobraban 80 centavos por tanda.

Después que Castro tomó Cuba, estos cines se quedaron congelados en el tiempo y, sin mantenimiento serio casi enseguida tras el 1ro de enero de 1959. Así, empezaron a dar tumbos, pero lograron mantener su lujo y dignidad a pesar de ello por unos 20 años. Mas después de 1990, con el llamado Período Especial, una era de limitaciones económicas sin par, les llegó la muerte. Se cree que sólo una veintena de las salas de cine del pasado superviven hoy a duras penas.

Los cines fueron intervenidos o expropiados por el gobierno a los dueños o compañías, sin indemnización. El 11 de noviembre de 1959 la Compañía Operadora de Espectáculos La Rampa S.A. y su moderno cine -La Rampa- fueron confiscados por la Resolución 1104 del Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados del gobierno comunista de Castro. La entidad era propiedad de Francisco G. Cajigas García del Prado, Luis Humberto Vidaña Guasch y José Miguel Arado de la Cruz. A estos empresarios, que con talento y dedicación establecieron e hicieron florecer sus negocios, de la noche a la mañana no sólo se les arrebató propiedades de las que eran legítimos dueños, sino que además, según enuncia el título de la ordenanza, fueron definidos cual ladrones.

La decadencia de las salas de cine cubanas durante el gobierno de Castro era palpable en el amarillamiento de las pantallas, las butacas rotas, los baños nauseabundos carentes de agua corriente, las marquesinas a oscuras y su falta de letras para anunciar el título -a veces utilizaban una V al revés para sustituir una A y un 3 invertido horizontalmente para simular una E-, y la desaparición paulatina del mural a la entrada que exhibía fotos de la película. Las alfombras, gastadas y humedecidas, comenzaron a verse raídas y a oler mal.

Cuando el equipo de aire acondicionado fallaba era muy probable que no fuese reparado jamás ni sustituido por otro nuevo. Y lo peor -estéticamente hablando-, ocurría cuando se quebraba una de las hermosas puertas de cristal al aire de una sola pieza, que era pues reemplazada por otra de marco de aluminio, con dos o tres secciones de cristal.

Comenzando con los años 60, algunos cines fueron clausurados, como el Campoamor, el Manzanares en la esquina de Infanta y Carlos III, y el Maravillas en la Calzada del Cerro. Otros, fueron rebautizados según la estética estalinista. El cine Florencia, en la Calle San Lázaro se llamó Pionero, y el San Carlos en 19 y 70 en Marianao, Cosmos. El Radiocine, al lado del América, Jigüe, y el Blanquita como Karl Marx. El Bayamo, Miami.

Un ejercicio de imparcialidad

Es cierto que, aún si Castro no hubiese gobernado a Cuba por los últimos 50 años con la carga de destrucción tangible e intangible que para el país la nación y la sociedad su tiranía ha significado, muchos de estos cines que hoy no existen tampoco estarían en pie. Habrían sido sustitudos por otros más nuevos, cambiados de identidad o perfil, o simplemente arrasados y demolidos, a propósito o accidentalmente, por insalvables o incosteables su reparación o mantenimiento. Es lo que ha pasado en muchas ciudades del orbe, no sólo con cines, sino con edificios que otrora fueron importantes en alguna ciudad del pasado medio siglo. Pero ese no es el caso de Cuba.

La ruina de los cines de Cuba, generalizada, es producto directo de un sistema incapaz de progreso, de renovación, desarrollo y evolución en esencia. Muchos de estos cines estarían vivos hoy si Cuba hubiese sido una distinta a la de las últimas cinco décadas. Algunas de estas salas no sólo estarían ahí, sino que acaso serían mejores de lo que fueron tiempo ha.

Por otro lado, algunos como el Astral han sido remozados.

Imagen enviada por César Beltrán.

Imagen enviada por César Beltrán.

Ver el artículo completo, y la lista de los cines de La Habana que allí se provee.

cine 23 y 12

Cine de barrio 1919 copy

cine la rampa copy

cine mara1 copy

Imagen tomada de la página de Facebook de Jorge D´Strade.

Imagen tomada de la página de Facebook de Jorge D´Strade.

cine olympic

Cine Rody


Nicolás Guillén Landrián

La calle Línea de Ciro Bianchi Ross

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Inauguración del túnel de Línea. 1953. Imagen tomada del muro de Facebook de Francisco Ferro.

Inauguración del túnel de Línea. 1953. Imagen tomada del muro de Facebook de Francisco Ferro.

Publicado en Juventud Rebelde:

Línea es una calle eminentemente residencial, con grandes casonas y edificios de apartamentos más o menos lujosos. Hay también viviendas modestas y no faltan los establecimientos de servicio. En los números 304-306 de esta vía, donde abre sus puertas ahora una bodega, estuvieron los Estudios Armand, famoso artista conocido como El fotógrafo de las estrellas, y en Línea y M radicaba una sucursal del Banco de Fomento Comercial, dotada de una taquilla eléctrica que posibilitaba los depósitos desde el automóvil, pero con el poco envidiable récord de tres de sus directores expulsados y dos intervenciones del Banco Nacional a causa de lo deficiente de sus controles e insegura política crediticia. La maraña era de tal magnitud que la junta de accionistas del 27 de enero de 1959 terminó en una riña tumultuaria con el saldo de varios heridos.

Vecinos ilustres de esta vía fueron el poeta y guerrillero salvadoreño Roque Dalton, en una casa de huéspedes situada en la acera de los pares del tramo que corre entre G y F. El historiador Emilio Portell Vilá, en el número 962, y las hermanas de Pablo de la Torriente Brau, en el 951. En la casa marcada con el número 603 radicó el eminente hematólogo español Gustavo Pitaluga, y la casona de Teatro Estudio sirvió de residencia a la familia Blanco Herrera, propietaria de la cervecería La Tropical. En el edificio Someca, en la esquina de F, vivieron el pintor Mariano Rodríguez y el pianista Jorge Luis Prats, y en la esquina con la calle 10 vive la historiadora Nydia Sarabia, que celebró hace poco sus lúcidos e infatigables 90 años de edad.

En uno de los edificios de la acera de los pares de Línea entre 2 y 4 murió, en 1976, el doctor Félix Lancís, senador de la República entre 1940 y 1952 y primer ministro en los gobiernos de Grau San Martín y Prío Socarás. Y en la casona de la esquina de G, donde se instaló la hemeroteca de la Casa de las Américas, falleció el mayor general Mario García Menocal, ex presidente de la República.

El francés Sylvain Brouté, propietario de la repostería de Línea y 8, vino a La Habana en 1949 como cocinero de la familia de Agustín Batista, presidente de The Trust Company of Cuba. Antes, en su país sirvió a familias tan célebres como las del banquero Rothschild y el perfumista Guerlain. Su pastelería terminó dando nombre a la cadena de establecimientos de pan y dulces tan en boga en la actualidad. Laboró allí hasta el final de sus días, pese a que el negocio había pasado a manos del Estado.

No faltaban en esta avenida centros de recreación como el cine Rodi (actual teatro Mella), cuya apertura en 1952 se convirtió, dado el lujo de la instalación, en un sonado acontecimiento social, como lo fue la del teatro Trianón, en los años 20. Tampoco faltan restaurantes y cafeterías como la Casa Potin, distribuidor de los bombones italianos Perusina, de los suizos Tobler, de los franceses Marquesa de Sevigne, y los norteamericanos Maillard; y El Jardín, con su fresca terraza y ambiente distinguido, que se especializaba en bufés para bodas, despedidas de soltera, fiestas de 15 años, inauguraciones y actos sociales y profesionales, como se hacía saber en sus promociones de 1958.

El genial violinista Jasha Heifetz vino a Cuba en tres ocasiones y en cada una de estas ofreció conciertos en el Teatro Auditorium (hoy Amadeo Roldán). En una de esas visitas, a Heifetz se le partió la cuerda de su violín, un Stradivarius, por supuesto, en medio del escenario. Cuando ocurre un percance como ese, el primer violín o concertino de la orquesta cede su instrumento al concertista. Y eso fue lo que hizo el cubano Emilio Hospital, intérprete cubano muy destacado que había probado su valía no solo en lo sinfónico, sino también en la música popular, como reconoce Alejo Carpentier en una crónica de 1932 publicada en la revista Carteles. Ante el aprieto en que se hallaba Heifetz, Hospital se puso de pie y le entregó su violín, que distaba mucho de ser un Stradivarius, y Heifetz, con el violín de Hospital, prosiguió y concluyó el concierto.

Finalizado el espectáculo, mientras compartían unas cervezas en el bar del restaurante El Jardín, Emilio Hospital decía a Lezama Lima:

—Chico, yo no sabía que mi violín sonaba tan bien.

Veinte casas

Línea es la calle más importante del Vedado. Y la primera que se trazó en esa barriada. Debe su nombre al hecho de que por ella corrían los pequeños trenes que salían cerca de La Punta y, más tarde, hasta la segunda mitad del siglo XX, los tranvías eléctricos. En 1918 se le nombró Avenida del Presidente Wilson, y en la década de los 50 recibió el de Doble Vía General Batista. El pueblo repudió ambas denominaciones y continuó llamándola por su nombre original.

Uno de los primeros pobladores del Vedado y que con mayor entusiasmo y perseverancia trabajó por el engrandecimiento del reparto fue el doctor Antonio González Curquejo. Es el mismo Curquejo quien dice en sus apuntes sobre la barriada que hacia 1870 no llegaban a 20 las casas habitables en la zona hasta que en Calzada y en Línea se fueron construyendo casas particulares por aquella gente que reconocía las bondades del sitio y la ventaja de la cercanía del mar. En 1880 Curquejo construyó en Línea y B una residencia —existe todavía, muy deteriorada— para vivirla con su familia, y por la calle B hacia Calzada construyó dos chalets para alquilar, algo verdaderamente inusitado en aquella época.

Se considera a Francisco de Frías, conde de Pozos Dulces, y a su familia, los primeros habitantes del Vedado. Residían originalmente en una típica casona criolla emplazada entre las calles 11, 13, C y D. Con posterioridad a la urbanización de la zona, el Conde y su esposa se instalan en la casa de Línea y D, el solar donde está enclavado el edificio Montes. Allí pasó Pozos Dulces sus últimos años en Cuba.

En Línea y C vivió con su familia el famoso médico José Yarini; y en Línea y 6 su hermano Cirilo, dentista muy renombrado, tíos ambos de Alberto, el célebre proxeneta. En Línea y D, en un establecimiento de construcción precaria, hubo una venta de refrescos: zambumbia, agua de Loja, cebada y horchata. Era el quiosco de don Salvador. Allí se guarecían del sol y de la lluvia los que esperaban la maquinita que los llevaría a La Habana. En Línea y B radicaba la Asociación de Propietarios, Industriales y Vecinos, entidad que tomó la feliz iniciativa de celebrar por primera vez el Día del Árbol, el 10 de octubre de 1904. Allí funcionaba además la Redacción de la revista El Vedado.

Dice Renée Méndez Capote en Memorias de una cubanita que nació con el siglo: «El Vedado de mi infancia era un peñón marino sobre el que volaban confiadas las gaviotas y en cuyas malezas crecía silvestre y abundante la uva caleta. Las únicas calles dignas de ese nombre —sin verse interrumpidas por las furnias— eran Línea, 17 y Calzada. Todas las demás eran trillos abiertos entre la maleza, desriscaderos y diente de perro. En la loma había pocas casas, la mayoría con techos de tejas catalanas. Y en la parte baja, además que alguna que otra quinta, solo recuerdo el Hotel Trotcha, la casona de tablas de la Asociación de Propietarios y alguna casa de dos pisos muy cerca del mar… La parroquia la recuerdo desde muy temprano, más chiquita y más modesta».

Vamos al túnel, mi vida

En la construcción del túnel de Línea se invirtieron más de cinco millones de pesos. Fue una obra que requirió del empleo de 35 000 metros cúbicos de hormigón y 1 276 toneladas de acero, de más de 18 000 metros de pilotes de madera dura y 2 650 toneladas de tablestacas y vigas de acero. Para hacerlo posible se impuso inyectar en el terreno 10 000 metros cúbicos de mortero de cemento y otros 21 000 de membrana impermeable. Se excavaron 65 400 metros cúbicos de tierra y 19 800 de roca.

El puente de Pote cruzaba el río Almendares a la altura de la calle Calzada para enlazarla con la Quinta Avenida, y el puente Asbert lo rebasaba por la avenida 23. El desarrollo de La Habana hacia el oeste y la necesidad de mejorar las comunicaciones con esa parte de la ciudad obligaba a otros cruces sobre el Almendares, esta vez por Línea. Se analizaron entonces dos variantes. La del túnel y la de un puente tradicional. El puente debía tomar en cuenta que los yates de vela podían tener una envergadura de hasta 90 pies, lo que haría necesario un puente de 1 300 metros de largo con una pendiente de cinco por ciento. Eso equivalía a decir que la pasarela saldría desde la calle 14, en el Vedado, y se extendería hasta la calle 10, en Miramar.

Un empeño de esas características requería de una inversión similar a la de un túnel, por lo que se escogió esta variante aun a riesgo de tener que enfrentar un suelo blando en demasía como el de Miramar y la necesidad de conseguir que el fondo de la excavación estuviera seco, lo que se dificultaba porque habría que trabajar hasta más de 13 metros por debajo del agua del río. Como no podía paralizarse la navegación, la obra se acometió en dos etapas desde ambas márgenes. Sus tubos tenían una capacidad de 2 500 vehículos por hora cada uno. Comenzó a construirse durante el Gobierno del presidente Prío y sería Batista quien lo inauguraría.

Lo que el viento se llevó

En la esquina de Línea y L tenía su casa el doctor Horacio Ferrer, coronel del Ejército Libertador y autor del libro Con el rifle al hombro, publicado en 1950. Esa residencia fue demolida y en su lugar se construyó un edificio de muchas plantas y con entrada por la calle 15. Ferrer, que era oculista, conservaba las gafas de no pocas personalidades de la vida cubana, como el mayor general Máximo Gómez.

La agencia del Banco Metropolitano de Línea entre Paseo y A, era una sucursal del Banco Pujol, propiedad de la familia de ese nombre y el segundo más antiguo entre las entidades bancarias cubanas; surgió en Placetas en 1893. En 1951 abrió su casa central en el Centro Asturiano de La Habana. En Línea 1 esquina a O radicaba la única sucursal con que contaba el Banco Gelats, con oficina central en Aguiar 456. Gelats era el más antiguo entre los bancos cubanos y el noveno en el país por el monto de sus dépositos; el banco de la Iglesia Católica y del Vaticano en Cuba y que operaba la cuenta del comercio entre Cuba y España. Este sitio lo ocupó después, durante muchos años, una ya desaparecida agencia del Banco Financiero Internacional. En Línea entre 10 y 12, donde se halla ahora la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, funcionó una sucursal de The Trust Company of Cuba que, con sus 232 millones de pesos en depósitos, 26 oficinas y 8 000 empleados y su administración eficiente y capaz, clasificó en 1957 entre los 500 bancos más importantes del mundo.

Lo que es la Casa del Alba fue primero la Casa Cultural de Católicas y luego la sede del Movimiento Cubano por la Paz. Donde se alza el edificio Naroca estuvo, en los años 40 y quizá parte de la década siguiente, la embajada dominicana en Cuba. En Línea y A se hallaba la embajada de México hasta que el arquitecto Nicolás Arroyo aprovechó el espacio para construir el edificio alto que lleva el nombre de Camilo Cienfuegos.

Línea y D. 1953. Imagen tomada del muro de Facebook de Francisco Ferro.

Línea y D. 1953. Imagen tomada del muro de Facebook de Francisco Ferro.

Cubaeconomía: La reconversión de la “escuela al campo”….

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Una de las iniciativas más absurdas de la ideología definida por el régimen instaurado por Fidel Castro, las llamadas “escuelas en el campo”, no sólo resultaron una experiencia desagradable para quienes se vieron obligados a participar en las mismas, sino que incluso, en la actualidad, nadie sabe muy bien qué hacer con esos engendros de la naturaleza colectivista.
Tras la decisión reciente de las autoridades de cerrar estas “escuelas obligatorias” dentro del programa de reducción de los gastos del estado, surgió un nuevo problema. Esta vez, cómo dar un nuevo uso a las instalaciones que se abandonaban, al tiempo que se dedicaban a cultivos las tierras que se venían utilizando para estas experiencias colectivistas.
Un artículo en Granma titulado “Iniciativa inconclusa” presta atención a esta cuestión.
La idea, al parecer, era acondicionar las instalaciones de las viejas escuelas, muchas en abandono y en pésimo estado de conservación, para entregarlas a familias eventualmente interesadas en la producción agrícola. El artículo de Granma presta atención a una escuela en concreto, la denominada Combate de Isabel María, a la que se califica como “una comunidad fantasma y con un administrador que no tiene nada que administrar”. 80 apartamentos vacíos y una comunidad agrícola abandonada e improductiva como toda la propiedad estatal del régimen castrista.
El artículo de Granma añade y cito textualmente, “lo peor es que no se trata de un caso aislado. Los otros dos asentamientos de este tipo existentes en la provincia, tampoco han despertado la aceptación esperada. En Benito Juárez, municipio de Sandino, por ejemplo, todavía no vive nadie, y en Combate de Tumbas de Estorino, en Pinar del Río, de un total de 80 apartamentos, solo están ocupados 32”.
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Café Fuerte: Gobierno cubano impulsa construcción de ciudades militares

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Distintivo de las Milicias Nacionales Revolucionarias, anunciadas en 1959 y fundadas en 1960, antecesoras de las Milicias de Tropas Territoriales (MTT), fundadas en 1986.

En Café Fuerte: Gobierno cubano impulsa construcción de ciudades militares:

El gobierno cubano tiene en marcha un ambicioso proyecto constructivo, a cargo del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), para edificar miles de viviendas en áreas urbanas especialmente destinadas a oficiales y trabajadores del sector militar.

La construcción de las Ciudades Militares (CM), como se conocen estas obras, comenzó hace dos años en tres capitales del país, La Habana, Santa Clara (Villa Clara) y Santiago de Cuba, y hasta el momento se han terminado unos 1,500 apartamentos, según confirmaron a CaféFuerte fuentes vinculadas a los planes de urbanización.

Al parecer, existen además proyectos constructivos de esta envergadura en Pinar del Río, Ciego de Ávila, Camagüey  Holguín y Guantánamo.

………

Agregó que en los nuevos proyectos se está utilizando una técnica de avanzada que consiste en armar la edificación con paneles de acero y rejillas de alambrón,  revestidos de hormigón, procedimiento que aumenta la consistencia y la dinámica constructiva, lo que permite avanzar a pasos agigantados.

Los apartamentos son de dos o tres habitaciones y tienen incorporados sistemas de calentamiento de agua por mediación de paneles solares, que asegura la climatización hidráulica.

……..

La infraestructura habitacional cubana se encuentra entre las más deterioradas del continente, con un 40 por ciento en estado regular o malo. De cada 10 edificios cubanos, 8.5 necesitan reparación.

En días recientes, las intensas lluvias provocaron en La Habana 227 derrumbes- 26 de ellos considerados totales- y obligaron a evacuar a 2,240 personas, Dos personas fallecieron a consecuencia de un desplome ocurrido en la barriada de Centro Habana, la más vulnerable por el estado de sus edificaciones.

El déficit de viviendas en el país supera las 700,000, pero el país construye solo a ritmo de unas 32 mil anuales.

El proyecto de las CM se suma a otros planes constructivos de menor magnitud ejecutados por las  Fuerzas Armadas, y coexiste paralelamente con las construcciones que emprende el Ministerio del Interior (MININT) para sus oficiales y trabajadores civiles a lo largo del país.

Estas son las palabras de Ernesto Guevara en la Primera Reunión Nacional de Producción celebrada en agosto de 1961 en La Habana, refiriéndose al “gasto alegre” del ejército (en Díaz Castañón, María del Pilar. 2004. Ideología y Revolución. Cuba, 1959-1962. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, pp. 268-269):

 Al Ejército, sí hay que darle una serie de ventajas, es indiscutible: está cumpliendo una tarea importantísima, pero que resulta que muchas veces comen muy bien , y demasiado bien, y yo he visto muchos campamentos – y hemos hecho la crítica – donde incluso se comen animales y no lo comen totalmente, se desperdicia carne; donde toman leche en grandes cantidades, y gente adulta que puede, en campaña, pasarse sin leche, que no es tan importante eso (APLAUSOS).

… Pero sí hay que considerar que el hombre que va a hacer un sacrificio tiene que considerar dentro de ese sacrificio toda una serie de incomodidades generales propias de la condición del soldado que va a defender una causa tan pura como ésta, y no un régimen falso, y que puede prescindir de algunas cosas cuando sean necesarias. Cuando podamos dárselas, ¡magnífico! Pero hay veces en que dárselas a los soldados, o a una serie de organismos, quita eso para el consumo del país, y hay que balancear estas dos cosas.

Al finalizar Guevara, Fidel Castro tomó la palabra para hacer “algunas aclaraciones,” que consideró necesarias “para que no parezca ni que la Milicia se convierte – o el Ejército – en una carga pública, o que exista animadversión entre ustedes, sector de la producción, y ellos.

La Habana de Karel Poort, 1994

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En 1994, cuando visitó La Habana, el holandés Karel Poort tomó estas fotos que ha compartido con Cuba Material. Son fotos de la Habana Vieja y Centro Habana antes de la dolarización. Todos los edificios y establecimientos que en ellas aparecen fueron después restaurados o reconstruidos para alojar comercios en divisas. Antes de ese momento, tres décadas de experimentos socialistas los habían convertido en las ruinas que las fotografías que Karel Poort tomó nos muestran.

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La Habana de Karel Poort, 1994 (segunda parte)

Open Cuba: Cuba: Las dos islas

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Cartera importada del campo socialista adquirida en el "mercado paralelo" durante los 1070s/1980s. Foto 2013.

Cartera importada del campo socialista adquirida en el “mercado paralelo” durante los 1070s/1980s. Foto 2013.

En Open Cuba: Cuba: Las dos islas:

Un poco más allá se encuentra lo que en algún tiempo pasado fue la conocida RCA Victor y hoy es un escabroso edificio donde malviven personas. Fíjense en la mesa de relojero en la puerta abierta que da a la calle: es Neptuno e Industria. Ya cuando yo era niño este edificio el gobierno lo había convertido en un enjambre de pequeños “apartamentos” para cubanos, lo de apartamento es un eufemismo para denominar pequeños cuartos de menos de 5 metros cuadrados, pero así es el lenguaje enrevesado del oficialismo cubano. Hoy ni esos pedazos quedan.

El “Louvre”. En el capitalismo era una famosísima joyería y tienda exclusiva de objetos de arte. En los 80 floreció con el mercado paralelo. Es Galeano y San Rafael, a pocos metros de “Fin de Siglo”. Fue aquí donde primero compré un pantalón “decente” en el año 1986, me costó 60 pesos y era “fuera de la libreta” porque esta tienda era del famoso mercado paralelo, la primera que surgió en La Habana  donde se compraba ropa “por la libre”. A algunos les sorprenderá esta nomenclatura socialista, pero en aquella época los cubanos todos estábamos “normados”… por una libreta que nos asignaba desde un simple calzoncillo hasta la prenda más imprescindible de uso personal. Y hablo de imprescindible porque entre un calzoncillo y un pantalón la masculina prenda exterior (el pantalón) cobraba una importancia superior ante la prenda interior, después de todo nadie se enteraba si debajo de ese costosísimo pantalón de 60 pesos mi mas importante posesión del momento era resguardada por un mundano calzoncillo. ¡Cuántas veces no existía ese precioso calzoncillo!
Detrás de la “muralla” vegetal verde del fondo se encuentra la principal unidad del DTI de La Habana Vieja. Ese edificio apuntalado con los “bastones socialistas” fue un muy famoso hotel en el capitalismo, devenido también “pedacitos de viviendas” en 1961 y desahuciado en los finales del 80, aún esta así…
Leer  y ver las imágenes en Open Cuba.

la revolución, la modernidad y La Habana

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Arco y vitral en La Habana, 2013. Imagen tomada del muro de FB de Rafael Fornés.

Arco y vitral en La Habana, 2013. Imagen tomada del muro de FB de Rafael Fornés.

Así justificó Fidel Castro en 1965 el abandono material de La Habana: “A modern city has many expenses,” dijo, “to maintain Havana at the same level as before would be detrimental to what has to be done in the interior of the country. For that reason, for some time Havana must necessarily suffer a little this process of disuse, of deterioration, until enough resources can be provided” (tomado de Louis A. Pérez, Jr. 2011, Cuba: Between Reform and Revolution, cuarta edición, p. 279).

The New York Times: Cuba’s Reward for the Dutiful: Gated Housing

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Imagen tomada de The New York Times. 2014.

Imagen tomada de The New York Times. 2014.

The New York Times: Cuba’s Reward for the Dutiful: Gated Housing:

In the splendid neighborhoods of this dilapidated city, old mansions are being upgraded with imported tile. Businessmen go out for sushi and drive home in plush Audis. Now, hoping to keep up, the government is erecting something special for its own: a housing development called Project Granma, featuring hundreds of comfortable apartments in a gated complex set to have its own movie theater and schools.

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Project Granma and similar “military cities” around the country are Caribbean-color edifices of reassurance, set aside for the most ardent defenders of Cuba’s 1959 revolution: families tied to the military and the Interior Ministry. With their balconies, air-conditioning and fresh paint, the new apartments are the government’s most public gifts to its middle ranks and a clear sign of Cuba’s new hybrid economy, in which the state must sometimes compete with private enterprise.

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Project Granma — named after the boat Fidel Castro took from Mexico to Cuba to start the revolution — is one of several new military housing developments around the country. Its equivalent in Santiago de Cuba, where the Castro revolution began, has come under fire from Cubans struggling in rickety homes damaged by Hurricane Sandy. But as an attempt to match the private sector, or life in other countries, it is perhaps no accident that the colors and architecture of the Granma, in the same neighborhood that Raúl Castro calls home, give it the feel of a Florida condo complex.

At its edge, there is a baseball field. Inside the gates, streetlamps resembling classic gaslights line the sidewalks, while cars, another perk, fill lots.

At a building with rounded archways, where a movie theater, market and health clinic are meant to go, one of the project’s engineers said several thousand people would eventually call Granma home. Sweating in green army fatigues, he praised the plan, noting its imported, prefabricated design that allowed walls to be assembled quickly, like puzzle pieces. He failed to mention what a security guard had pointed out: Most of the workers painting were prison inmates.

Leer el texto completo.

h/t: EthnoCuba.

Medio siglo de arquitectura cubana, por Roberto Segre

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Comunidad rural pecuaria en la provincia La Habana. 1970s.

Comunidad rural pecuaria en la provincia La Habana. 1970s.

Texto tomado de Café de las ciudades:

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Arquitectos y administradores

Este proceso social y económico [la institucionalización del socialismo en Cuba] no se reflejó mecánica y simétricamente en la arquitectura y el desarrollo cultural cubano. O sea, si existía una ortodoxia ideológica marxista-leninista, que en el arte coincidió con el “realismo socialista”; a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, éste tuvo escaso seguidores en la isla – fue una excepción la multiplicación de monumentos conmemorativos por el territorio – manteniendo Cuba una actitud independiente respecto a la cultura artística predominante en la URSS (José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía). Desde la visita de Fidel al Colegio de Arquitectos en marzo de 1959 para plantear las nuevas tareas que debían acometer los profesionales – cooperativas campesinas, viviendas obreras, centros de educación y salud en la Sierra Maestra, etc. –, los miembros del jet set arquitectónico, opuestos a renunciar al ejercicio privado de la profesión y a los proyectos de temas suntuarios, emigraron hacia los Estados Unidos (Roberto Segre, “Encrucijadas de la arquitectura en Cuba: realismo mágico, realismo socialista y realismo crítico“) ajenos al principio martiano de que “la arquitectura es el espíritu solidario” (Fernando Salinas, “Prólogo: años de nacimiento“).

Ello creó un vacío generacional, ya que los diseñadores que dominaron el escenario de la década de los años cincuenta, con obras de indiscutible calidad estética, formal y espacial, y que ocupaban los cargos directivos en el Colegio de Arquitectos y en la enseñanza universitaria, no habían formado el relevo, en parte debido a la juventud de sus miembros, así como también por el carácter elitista de la profesión. Los pocos recién graduados – que además de su condición de talentosos profesionales, participaron en las acciones contra la tiranía –, decididos a permanecer en la isla y trabajar para el nuevo régimen integrados al Ministerio de la Construcción – Fernando Salinas, Raúl González Romero, Juan Tosca, Ricardo Porro, Andrés Garrudo, Antonio Quintana, Mario Girona, Hugo Dacosta, Vicente Lanz y otros –, no lograban asumir las crecientes demandas de obras y proyectos, además de los cargos docentes y administrativos indispensables para el funcionamiento de la enseñanza y de la producción.

En consecuencia, aconteció la formación acelerada de cuadros técnicos de precario nivel académico; y a la vez, ingenieros, constructores y arquitectos distantes de la práctica proyectual, afrontaron las tareas organizativas y productivas, distanciándose de los fundamentos estéticos de la arquitectura, al privilegiar los aspectos técnicos y económicos, obsesionados por la normalización y tipificación de los componentes constructivos, supuestos símbolos del progreso social y científico. Ellos fueron responsables de la arquitectura mediocre y masiva que surgió a partir de la década de los años setenta, caracterizada por el uso de elementos prefabricados de escasa calidad de diseño.

Influencias recíprocas: estética y construcción

El período comprendido entre 1959 y 1970, correspondió a la etapa más efervescente de la nueva arquitectura cubana. Aunque en términos económicos y tecnológicos se asumieron las experiencias constructivas y de la planificación territorial de la URSS y de otros países del campo socialista – en particular Alemania Democrática, Polonia, Yugoslavia y Checoslovaquia –, no existió una significativa influencia en el diseño o en las formulaciones teóricas. El primer contacto directo entre los arquitectos cubanos y los homólogos del Este europeo ocurrió en el VII Congreso de la UIA (Unión Internacional de Arquitectos) celebrado en La Habana en 1963. En esta ocasión, el arquitecto Reynaldo Estévez – uno de los profesionales más activos en los vínculos con la URSS –, editó las actas del V Congreso de la UIA celebrado en Moscú en 1958 (V Congreso de la UIA. Moscú, 1958), que resumían las realizaciones urbanísticas y arquitectónicas soviéticas de la segunda posguerra.

Sin embargo, cabe suponer que fueron los arquitectos de la URSS quienes admiraron la libertad creadora evidenciada en las obras cubanas, despertando el entusiasmo de Natalia Filipovskaya, autora de un pequeño libro muy ilustrado publicado en Moscú, con ejemplos de la década del cincuenta y primeros años de los sesenta (Natalia Filipovskaya, Arquitectura de la Revolución Cubana). . . .

El rescate del Constructivismo

La primera ayuda significativa de la URSS ocurrió en 1963 a raíz del ciclón Flora que arrasó con campos y poblaciones de las provincias orientales, destruyendo miles de viviendas. Fue obsequiada a Cuba una planta de prefabricación pesada, capaz de producir 1.700 unidades por año, que se instaló en Santiago de Cuba. Allí se construyó el Distrito “José Martí” para 72 mil habitantes, siguiendo las normas de relación servicios-población establecidas en la Unión Soviética (Roberto Segre, La vivienda en Cuba: República y Revolución). Sin embargo, no se aceptó el diseño original de los paneles, poco apropiados al clima tropical. Un equipo de arquitectos cubanos – Fernando Salinas, Enrique De Jongh Julio Dean, Edmundo Azze, Orlando Cárdenas y otros – proyectaron los nuevos modelos semitransparentes que permitían la ventilación cruzada de las habitaciones. O sea, en la década del sesenta resultaba evidente el avance “estético” de la arquitectura cubana, influenciada por el International Style de origen norteamericano, respecto a la tradición monumental aún presente, o al pragmatismo constructivo que prevalecían en la URSS bajo la orientación de Jruschov.

De allí que pocos arquitectos soviéticos participaron en los equipos de apoyo técnico diseminados en la isla, más vinculados a la planificación económica y a los procesos constructivas. Entre las visitas excepcionales, relacionadas con la cultura arquitectónica y el diseño, podemos citar a M. Soloviev, Director del Departamento de Diseño Industrial y a A. Riabushin, Director del Departamento de Teoría e Historia de la Arquitectura, ambos en Moscú. Sólo una decena de profesionales cubanos se formó en la URSS, sin alcanzar posiciones destacadas en su desarrollo profesional en la isla. En las publicaciones locales el interés estuvo dirigido hacia la experiencia constructivista de los años veinte, y el esclarecimiento de las contradicciones que llevaron a su paralización en los treinta con el fin de evitar que el dogmatismo y el burocratismo arquitectónico se repitiesen en Cuba. En 1968, Fernando Salinas promovió la traducción al español del libro italiano de Vittorio de Feo (Vittorio de Feo, La arquitectura en la URSS 1917-1936); e intenté publicar la emotiva autocrítica de A. K. Burov, miembro de la vanguardia de los “años de fuego”, justificando las concesiones realizadas al historicismo académico en las obras realizadas a partir de 1933 (A.K. Burov, Sobre la Arquitectura).

Regionalismos y folklorismos

El proceso de “institucionalización” del país ocurrido después de la fracasada zafra de los diez millones de toneladas de azúcar de 1970, tuvo su repercusión también en la arquitectura. La autonomía proyectual de los arquitectos quedó doblegada por las estrictas normas establecidas por el Ministerio de la Construcción y la definición de rígidas tipologías planimétricas y compositivas para cada uno de los temas desarrollados, asociadas al empleo de elementos constructivos prefabricados. Cada tema poseía su propia configuración funcional y tecnológica: las industrias, las escuelas, las viviendas, los hospitales, los hoteles, etc.. Proliferaron los folletos técnicos y los libros referidos a la prefabricación y la economía de la construcción (Germán Bode Hernández, Hacia la industrialización del sector de la construcción).

A partir de 1975 la revista Arquitectura Cuba integró en sus páginas la arquitectura y el urbanismo soviéticos, en particular sobre aquellas repúblicas de la URSS que habían desarrollado un lenguaje “regionalista”; también influenciado por las ediciones masivas de los libros de Vladimir Khait sobre la obra de Oscar Niemeyer, demostrativos de la libertad creadora de un diseñador “comunista” latinoamericano (Vladimir Lvovitch Khait, Oskar Nimeeier). Un historicismo acontextuado apareció en la sede de la embajada de la URSS en el barrio residencial de Miramar, cuya alta, compleja y maciza torre era más apropiada para Alma Ata o Krasnoiarsk que para La Habana. Lenguaje formalista de escaso contenido conceptual que incidió localmente en la renovación estética de los años ochenta, al impulsarse nuevamente el turismo en Cuba y construirse algunos conjuntos hoteleros en falso vernáculo indígena.

Un campo ascético y moral

Durante la lucha revolucionaria contra Batista, los planteamientos sociales y económicos contenidos en el “Manifiesto del Moncada”, no estuvieron acompañados de propuestas urbanísticas y arquitectónicas concretas. De allí que las iniciativas ejecutadas desde 1959 se fueron adecuando a las definiciones políticas e ideológicas del momento. Sin embargo, hasta la década de los años ochenta perduró el objetivo de privilegiar el desarrollo del campo y de los asentamientos de los trabajadores rurales sobre las estructuras urbanas. Si por una parte Stalin rechazó el utopismo “urbanista” de Sabsovich y “desurbanista” de Miljutin y fortaleció el desarrollo de Moscú como capital de la URSS; la dirección del nuevo gobierno no se identificó con La Habana, ciudad considerada pecaminosa y representativa de los vicios del capitalismo (Roberto Segre, “Sombres et utopies tropicales de La Havane“), asumiendo un criterio de planificación territorial antiurbano (Felipe J. Prestamo, “City planning in revolution: Cuba, 1959-61“). A finales de los años sesenta, los habitantes de la capital expiaron sus pecados trabajando en el hinterland rural del llamado “Plan del Cordón de La Habana”, de escaso éxito productivo. Surgieron en todo el país las cooperativas rurales, pequeños núcleos de viviendas relacionados con la explotación agrícola y ganadera, equipados con los servicios sociales básicos, que sustituyeron los tradicionales bohíos aislados de los campesinos pobres. Era la aplicación de las tesis de Marx y Engels, quienes imaginaban el fin de la contradicción entre los niveles de vida del campo y la ciudad, con el advenimiento del socialismo. Resultó un modelo paradigmático la Comunidad Forestal “Las Terrazas” en la Sierra del Rosario, Provincia de Pinar del Río (1969).

El objetivo principal de la planificación territorial consistió en crear una estructura homogénea de asentamientos habitacionales y productivos, superando los desequilibrios estructurales profundizados a lo largo de cuatro siglos: por ejemplo en 1958, La Habana moderna y desarrollada concentraba el 30 % de una población de alto nivel de vida, en detrimento de las condiciones precarias existentes en el resto del país. La tecnificación de la producción agrícola y el asentamiento de nuevas industrias crearon “polos” urbanos en las áreas rurales, intercomunicados entre sí por un nuevo sistema vial (Sergio Baroni Bassoni, Hacia una cultura del territorio). Se llevaron a cabo importantes obras de infraestructuras, entre las que predominaron las represas de agua, cuya escasez constituía uno de los principales problemas que confrontaba la isla.

La reorganización del territorio significó también la participación comunitaria en las tareas productivas y en la gestión administrativa, creando una conciencia social del desarrollo económico del Estado, no como consecuencia de directivas del poder distante, sino de las decisiones emanadas de los diferentes niveles políticos del país. El rechazo a la ciudad heredada se manifestó en la construcción de un sistema funcional – escuelas, fábricas, hospitales, centros de investigación, hoteles – en un anillo periférico bordeando las capitales provinciales – Santa Clara, Camagüey, Holguín, etcétera. –, representando lo que se llamó “el mito de lo nuevo”; o sea, el modelo urbano que debía sustituir la ciudad tradicional (Roberto Segre, “La Habana siglo XX: espacio dilatado y tiempo contraído”). Propuesta que fracasó ante la carencia de un tejido conectivo que integrase espacialmente las diferentes funciones y permitiese una vitalidad social similar a la existente en el centro histórico. Cabe señalar también la escasa madurez conceptual de los fundamentos ideológicos del modelo, formulado en otro contexto y otro tiempo histórico, que no fueron adaptados a las condicionantes particulares de la realidad cubana.

La utopía del “hombre nuevo”

Sin lugar a dudas, la organización de la educación en la década del setenta logró la expresión urbanística y arquitectónica más importante del sistema “comunista” cubano. A partir de una tecnología constructiva local – el sistema “Girón” – de elementos prefabricados, fueron realizadas centenares de escuelas de diferentes dimensiones, entre 500 y 5.000 alumnos. A partir del programa definido como “la escuela al campo” para la enseñanza secundaria, se organizaron verdaderas “ciudades” de la educación, sumergidas en el territorio agrícola, con el fin de formar el “hombre nuevo” del siglo XXI caracterizado por el Che Guevara (Ernesto Che Guevara, “El socialismo y el hombre en Cuba”). A pesar de las rígidas normas técnicas y tipológicas imperantes, el equipo de arquitectos del Departamento de Construcciones Escolares del Ministerio de la Construcción, dirigido por Josefina Rebellón, logró combinaciones formales, volumétricas, espaciales y cromáticas que identificaban la particularidad de las composiciones libres y asimétricas, las amplias galerías cubiertas y las plazas interiores de las escuelas.

Entre las más significativas citemos la Escuela Vocacional Lenin (1974) de Andrés Garrudo en La Habana; la Escuela Vocacional Máximo Gómez (1976) en Camaguey y la Escuela Volodia del Parque Lenin (1976) de Heriberto Duverger. Esta tipología constructiva fue aplicada en múltiples obras, entre las que sobresalieron los Palacios de los Pioneros; del Parque Lenin (1978) de Néstor Garmendía, y de Tarará (1975) de Humberto Ramírez, ambos en La Habana. A su vez, el modelo de la Secundaria Básica en el Campo se convirtió en un icono arquitectónico representativo de la nueva pedagogía revolucionaria, siendo exportado a varios países de América Latina y el Caribe: Jamaica, República Dominicana, Nicaragua y Perú.

Las viviendas anónimas

Aunque durante cuarenta años el Estado realizó un promedio de diez mil viviendas anuales, este tema fue el menos exitoso en cuanto al diseño arquitectónico y urbanístico. La Habana del Este (1959-61), primera gran iniciativa de un conjunto habitacional, fue realizado a partir del modelo de la Unidad Vecinal norteamericana y de una tipología de edificios similares a los apartamentos burgueses del barrio del Vedado. Ante el supuesto costo excesivo de esta experiencia – apreciación que se demostró errónea, ya que los edificios se mantienen en perfecto estado de conservación, cosa que no ocurrió con las viviendas de la “Microbrigada” (Mario Coyula, “La ciudad rampante. Cuando éramos jóvenes y hermosos“) –, se comenzaron a construir bloques anónimos de cuatro plantas con elementos prefabricados. Tuvieron mayor calidad constructiva y formal los edificios realizados con las piezas de la fábrica soviética de Santiago de Cuba, aunque la rígida distribución urbanística, creó espacios anónimos y deshumanizados. Otros sistemas importados de Yugoslavia – el IMS – y de Canadá – el LH – también poseían una alto nivel de terminaciones y de combinaciones formales, pero adolecían, en los conjuntos construidos, de los defectos compositivos, rígidos y abstractos, repetidos en todos los países socialistas de Europa del Este.

Las propuestas experimentales de Fernando Salinas – el sistema Multiflex –; del venezolano Fruto Vivas; de las unidades ligeras de Hugo Dacosta; y en los años ochenta, de los jóvenes Juan Luis Morales y Rosendo Mesías para colaborar con la autoconstrucción en la ciudad histórica, no fueron asimiladas por el Ministerio de la Construcción. Cuando en 1970 se inició la construcción de bloques artesanales por el sistema de la “Microbrigada” , la participación popular hubiese permitido una variedad de diseños que no fue implementada: la rígida normativa institucional hizo repetir ad infinitum los bloques de apartamentos. Cierta libertad formal quedó implementada en los años ochenta, al llenarse los vacíos de la ciudad tradicional con edificios atípicos, pero la baja calidad constructiva invalidó cualquier propuesta estética. Al promoverse en los años noventa la realización de viviendas para residentes extranjeros en el aristocrático barrio de Miramar, se utilizaron repertorios historicistas, similares a los utilizados en las viviendas de lujo de los países capitalistas (Joseph L. Scarpaci, Roberto Segre, Mario Coyula, Havana. Two Faces of the Antillean Metrópolis).

La creatividad de los años sesenta

La rigidez característica del estado socialista, implícita en las decisiones emanadas desde el poder central, no pudo doblegar la iniciativa individual de los arquitectos de talento, deseosos de expresar creativamente los contenidos humanistas de la ideología marxista-leninista. Afortunadamente, el sistema cubano de dirección de la construcción no poseía las mismas estructuras burocráticas imperantes en la URSS y los países de Europa del Este. Tampoco fueron promovidas por el gobierno construcciones monumentales de sedes partidarias o de la administración pública, al utilizarse los edificios de la década de los años cincuenta, vaciados al desaparecer la empresa privada. Resultó una excepción el edificio del PCC en Sancti Spíritus, integrando la tribuna para los desfiles patrióticos.

A lo largo de estos cuarenta años existieron algunos pocos grados de libertad que permitieron crear obras arquitectónicas paradigmáticas que caracterizaron la personalidad de las sucesivas décadas. En los años sesenta, la carencia de una clara planificación económica y de una estructura piramidal de decisiones, hizo posible algunos ejemplos de innegable valor estético: en La Habana, el conjunto de las Escuelas Nacionales de Arte, de los arquitectos Ricardo Porro, Vittorio Garatti y Roberto Gottardi (1961-1965), surgió en el bucólico paisaje del Country Club, y sus formas libres, expresivas e inéditas, resumieron las metáforas culturales – la fusión de los códigos de la modernidad, la tradición colonial y el rescate de la cultura negra –, representativas de la etapa “surrealista” de la Revolución (esta obra, difundida mundialmente, en proceso de restauración, luego de décadas de abandono, todavía atrae la atención de las editoras y revistas especializas de Estados Unidos y Europa; ver John Loomis, Revolution of forms. Cuba´s forgotten Art Schools.). La Ciudad Universitaria “José Antonio Echeverría” (1961-1969), también en las afueras de la capital, realizada por un equipo dirigido por Humberto Alonso y posteriormente por Fernando Salinas, demostró la flexibilidad de un sistema de elementos prefabricados – el lift-slab de origen canadiense –, adaptado a la topografía del terreno y a la diversidad de funciones exigidas por el Instituto Politécnico.

También en el céntrico barrio del Vedado – La Rampa –, se quiso demostrar el nuevo uso social de la tierra urbana, en un espacio que en la etapa anterior era reservado para la presencia de costosos edificios de oficinas o hoteles de lujo. La construcción del Pabellón Cuba (1963) de Juan Campos y la heladería Coppelia (1966) de Mario Girona, monumentalizaron dos espacios públicos dedicados a la recreación cotidiana de los habitantes urbanos. En la provincia oriental de Holguín, el arquitecto Walter Betancourt proyectó la Casa de la Cultura de Velasco (1964-1984) por iniciativa del gobierno local, realizada con la participación comunitaria. En ella utilizó un lenguaje regionalista y sincrético, que integró la formación wrightiana del arquitecto con la herencia campesina y los elementos decorativos indígenas de taínos y siboneyes.

Imaginación vs. masividad

En los años setenta, período caracterizado por el dogmatismo ideológico y la rigidez de las normas constructivas aplicadas en las obras sociales de carácter masivo, los símbolos estuvieron relacionados con la naturaleza recuperada y la significación del “diseño ambiental” como síntesis entre las manifestaciones artísticas, el diseño, la arquitectura y el urbanismo. Antonio Quintana (1919-1993) con un equipo de profesionales realiza el centro recreativo del Parque Lenin (1970), identificado por la espacialidad y transparencia del restaurante “La Ruina” de Joaquín Galbán, quien magnifica y monumentaliza los elementos constructivos prefabricados utilizados en las obras anónimas, otorgándoles una particular significación estética. Luego, Quintana proyecta el ligero y transparente Palacio de las Convenciones (1979) de La Habana, cuyos salones quedan circundados de la exuberante vegetación tropical del lujoso y exclusivo barrio de Cubanacán.

Finalmente, Fernando Salinas (1930-1992) construye la Embajada de Cuba en Ciudad México (1976), obra que sintetiza las búsquedas estéticas y culturales de dos décadas de socialismo: una arquitectura sobria y liviana, metáfora de las escuelas en el campo, caracterizada plásticamente por la presencia de gráficos, escultores y pintores, con obras expresivas de la vanguardia cubana. La fuente “Aguas Territoriales” de Luis Martínez Pedro que preside la entrada, identifica los múltiples tonos turquesa del mar del Caribe que circundan la isla.

El regreso a la ciudad

En los años ochenta ocurrió el rescate de la ciudad tradicional, que había sido abandonada durante casi dos décadas. Al obtener La Habana el reconocimiento de la UNESCO de “Patrimonio Cultural de la Humanidad” (1982), la atención de las intervenciones estatales se orientó hacia la recuperación de los monumentos en los centros históricos: las iniciativas de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de La Habana, transformaron la imagen decrépita del centro histórico en un espacio de gran vitalidad social, comercial y turística. A su vez, la descentralización de los proyectos, permitió la ejecución de obras atípicas promovidas por los poderes municipales – en La Habana tuvo particular importancia la gestión de Mario Coyula (Mario Coyula, Editor, La Habana que va conmigo) –, facilitando la participación de los arquitectos jóvenes, quienes cuestionaron el anonimato de la arquitectura prefabricada de la década anterior.

Se creó el movimiento de la “Generación de los Ochenta”, constituida por Emilio Castro, Rafael Fornés, Juan Luis Morales, José Antonio Choy, Emma Álvarez Tabío, Eduardo Luis Rodríguez, Teresa Ayuso, Francisco Bedoya y otros. Ellos intervinieron en los vacíos urbanos con obras que resentían la influencia del historicismo contextualista del “posmodernismo”, proveniente del Primer Mundo. Resultó paradigmática de esta etapa el consultorio del médico de la familia en La Habana Vieja (1988) de Eduardo Luis Rodríguez y la gasolinera “Acapulco” en el Vedado, de Heriberto Duverger (1990). Sin embargo, como los procesos históricos sociales y culturales no resultan lineales, en esta década, caracterizada por la apertura ideológica y el apoyo a las manifestaciones artísticas de vanguardia, coexistió un retorno a las expresiones monumentales del “realismo socialista”. En casi todas las provincias fueron erigidos monumentos conmemorativos que asumieron el modelo soviético, ya presente en La Habana en la escultura de Lenin realizada por el artista ruso Kérbel. Citemos el monumento al Che Guevara en Santa Clara y a Antonio Maceo en Santiago de Cuba. Resultaron una excepción el conjunto conmemorativo a la caída en combate de Antonio Maceo en las afueras de La Habana de Fernando Salinas, y la Plaza de la Revolución Mariana Grajales del equipo Rómulo, Villa, Angulo, García Peña (1986) . En los años noventa, el simbolismo de la estatua de Lenin fue sustituido por la figura en bronce de John Lennon, sentando en un parque del Vedado.

Incógnitas y ambigüedades

En los años noventa, la crisis económica producida por la desintegración del mundo socialista y la desaparición de la URSS, paralizó casi totalmente las obras de contenido social. El turismo se convirtió en el motor de la economía y se importaron proyectos extranjeros de carácter comercial y de escasos contenidos culturales y estéticos. Dentro de la precariedad económica del “Período Especial en Tiempos de Paz”, imperante en la última década del siglo XX, sobresalieron los proyectos de José Antonio Choy y su equipo: el hotel Santiago de Cuba (1990) y el Banco Financiero Internacional (2001) en La Habana, obras que intentaron reintegrar a Cuba en el concierto arquitectónico mundial y en el manejo de los códigos de la contemporaneidad, más allá de todo determinismo ideológico. La presencia del dólar como moneda corriente hizo resurgir el tema de los shoppings, abandonado desde la década de los cincuenta, produciéndose edificios banales de corte kitsch.

Ante las incógnitas de un futuro incierto, algunos críticos y arquitectos locales desataron una crítica contestataria de la arquitectura “comunista”, o sea, de las obras masivas construidas entre las décadas de los años sesenta y ochenta, promoviendo el rescate nostálgico – y veladamente ideológico – de las realizaciones de la década de los años cincuenta (Eduardo Luis Rodríguez, The Habana Guide. Modern Architecture 1925-1965). Postura injusta y tergiversadora de la realidad: a lo largo de más de cuatro décadas de socialismo, jamás se rompió el hilo conductor de la cultura arquitectónica cubana – originada en el Movimiento Moderno de la etapa anterior – en las obras paradigmáticas de cada período.

Por otra parte, es lícito afirmar que un estilo “comunista”, de ascendencia soviética, monumental y apologético, nunca existió en Cuba. Pese a las complejas dificultades que afrontó el país desde 1959, no se doblegó la creatividad y originalidad de los profesionales quienes, luchando a contracorriente del pragmatismo hegemónico de los organismos centrales del Estado, buscaron aplicar los principios del humanismo martiano – en antítesis con dogmas y estructuras burocráticas –, manteniendo viva la tradición y la identidad cultural de la arquitectura – estrechamente vinculados a la vanguardia artística (la UNEAC, Unión de Escritores y Artistas de Cuba, jugó un papel fundamental en la defensa del carácter “artístico” de la obra arquitectónica. En 1990, por iniciativa de su presidente, Abel Prieto, el presidente de la Sección de Crítica, Roberto Segre, creó la Sección de Diseño Ambiental, que fue presidida por Fernando Salinas; a esta iniciativa se opuso el Ministerio de la Construcción y la UNAICC, Unión de Arquitectos, Ingenieros y Constructores de Cuba, aduciendo el carácter “elitista” de aquella agrupación) –, representativas de una cubanidad identificada con el sincretismo de su literatura, música y artes plásticas, surgido del mestizaje social, incapaz de ser destruida por los altibajos de los sistemas políticos.

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Entrevista de Roberto Segre a Mario Coyula

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Edificio Girón (Malecón y F). Vedado. Imagen tomada de internet.

Edificio Girón (Malecón y F). Vedado. Imagen tomada de internet.

Entrevista en dos partes realizada por Roberto Segre a Mario Coyula, ambos arquitectos, en el año 2004. Tomada de Café de las ciudades:

RS: Una vez iniciado el Gobierno Revolucionario, tus experiencias profesionales iniciales fueron arquitectónicas. ¿Todavía no te sentías atraído por la escala urbana?

Coyula: Realmente no. Me sentía atraído por volúmenes y espacios más tangibles, pudiera decir más escultóricos. Antes del triunfo de la Revolución había trabajado varios años con un arquitecto amigo, Oscar Fernández Tauler, que compartía su estudio con el pintor y escultor Rolando López Dirube. También trabajó allí mi amigo de la infancia, Emilio Escobar. Oscar no pagaba mucho pero nos dejaba experimentar. En aquella época estaba muy de moda el tema de la integración de las artes plásticas con la arquitectura. La mayor parte de los proyectos que allí se hacían –hablo de antes del triunfo de la Revolución– fueron casas individuales con poco presupuesto, pero siempre hicimos cosas interesantes, incluyendo las primeras viviendas con cáscaras de doble curvatura calculadas en Cuba. Recuerdo la casa de Pepe Fernández en Boca Ciega, y la de Tauler, un tío de Oscar, en Celimar. Casi siempre llevaron algún mural o esculturas de Dirube. También colaboramos en el proyecto del edificio de 17 plantas en Calle 23 entre D y E, Vedado, con alusiones wrightianas más que directas, que sería terminado en 1959 con el nombre de Hermanas Giralt. Allí Emilio diseñó un enorme tímpano de hormigón texturado que bloqueaba el sol de la tarde.

Después del triunfo de la Revolución, pero todavía sin graduar, trabajé mucho en viviendas campesinas agrupadas en pequeños poblados rurales. En el departamento de Viviendas Campesinas del INRA estaba como jefe de proyectos Frank Martínez, y participaban otros buenos arquitectos jóvenes como Serafín Leal y Sergio González. Todavía no habían irrumpido los edificios de apartamentos de cinco plantas sembrados en medio del campo… Empecé a jugar con la escala urbana (más bien, diseño urbano) cuando proyecté algunos centros comunales, agrupando varios edificios típicos de servicios sociales alrededor de plazas, y conectándolos con galerías que nunca se llegaron a construir.

Mi primer vuelo solo como recién graduado en 1962 fue una escuelita pre-primaria con vivienda para el maestro en el reparto Fontanar. Usé una estructura típica que había diseñado Eduardo Ecenarro para una nave agropecuaria prefabricada –por cierto muy bien proporcionada– tratando de disfrazarla con algunos muros de sección variable que salían fuera de la edificación… ¡ahora pienso en un Pabellón de Barcelona con artrosis!. Un tiempo después visité la escuelita: el calafateo que decidí emplear en las juntas de las losas de cubierta (asfalto con arena) se derretía con el sol y empegotaba las cabecitas de los niños… Me fui rápidamente para evitar a las enfurecidas madres.

Me sentí más realizado cuando asumimos la tercera fase del proyecto de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos en Las Mercedes. Ese enorme complejo escolar, previsto inicialmente para agrupar 20 mil niños dispersos en las montañas, quedaba en las estribaciones de la Sierra Maestra, donde se había hecho fuerte la guerrilla de Fidel Castro después del desastroso desembarco del yate Granma en diciembre de 1956. En el equipo, dirigido por Emilio Escobar, estábamos varios amigos como Luis Lápidus, Orestes del Castillo, Antonio Saínz, Arsenio Mata, Marina López y otros. Yo proyecté en 1963 los conjuntos de viviendas para los maestros, que se repitieron en varias de las unidades. Se conformaba una pequeña plaza en cada unidad, definida por dos tipos de viviendas uniplantas de dos dormitorios, pareadas y en tiras; y una edificación biplanta con apartamentos de un dormitorio en planta baja combinados con otros de tres dormitorios en dos niveles.

Esa Casa Duplex tenía acceso por dos fachadas opuestas, para que pudiese funcionar como pivote visual del conjunto. Traté de adecuarme a un clima poco común en Cuba, lejos del mar y bloqueado por montañas: sin brisas, caliente y polvoriento por el día, y fresco por las noches. Fue quizá un pretexto para intentar mi ejercicio à la Le Corbusier: muros lisos con pocos huecos cuidadosamente compuestos, y por supuesto blancos; y loggias para dormir fuera cuando el calor fuese sofocante. El arquitecto Tony Colás proyectó luego la pequeña plaza del conjunto y diseñó una farola de hormigón que ha envejecido muy bien. En cambio, la volumetría de las viviendas está actualmente descompuesta por cuatro colores diferentes (y no precisamente escogidos por Rietveld), que por supuesto incluyen los inevitables rosado y verde.

La ilusión de hacer una ciudad en medio del campo terminó tragada por el campo. Esa Casa Dúplex apareció en el libro Diez Años de Arquitectura en Cuba Revolucionaria que tú escribiste, y recibió mención en 1990 en el Salón SIARIN “30 Años de Arquitectura Revolucionaria”. A partir de esta experiencia tomé conciencia de que había otras cuestiones que forman o deforman cualquier proyecto. Poco a poco fui entrando en otro mundo más coral y menos vedettista.

En 1968, el proyecto del pueblo de Vallegrande me hizo trabajar a la escala completa de un asentamiento de 120 viviendas con su infraestructura técnica y servicios sociales, diseñado y construido en 44 días. Nunca entendí bien por el qué de ese cabalístico 44, probablemente un comentario de alguien importante, tomada inmediatamente como un compromiso. Tuve que usar unos proyectos típicos de casitas aisladas unifamiliares de una planta, con paredes prefabricadas ligeras con el sistema Sandino (antes Novoa). El trazado del pueblo lo hice en unas pocas horas con Mario González. Ingenuamente, las casitas estaban rodeadas de césped y sin cercas, formando unas supermanzanas con placitas para estar y dos cruces peatonales en el sentido más corto. En poco tiempo todas se fueron cercando de manera improvisada y con materiales de desecho.

Por esa misma época proyecté un conjunto de treinta viviendas uniplantas pareadas frente a la Escuela de Artes Plásticas de Cubanacán, con el fondo hacia el aeropuerto de Ciudad Libertad, recientemente desactivado. Era una tira a lo largo de la calle, pero algunas casas estaban retranqueadas para formar unas pequeñas plazas de estar al frente. Cuando ahora paso frente a esas casitas me cuesta mucho reconocerlas. Son muy pocas las que se han mantenido igual a como las proyecté, y algunas han crecido y se han subdividido hasta convertirse casi en pequeños edificios de apartamentos. Inicialmente las casas eran para erradicar moradores del cercano barrio insalubre, que supuestamente eran pobres de solemnidad. Parece que algunos encontraron la manera de aumentar creativamente sus ingresos, y aplicarlos con entusiasmo a desfigurar una arquitectura sin pretensiones pero correcta. Otra vez el medio empuja hacia abajo.

Una experiencia muy interesante de la década de los años setenta fue la reanimación urbanística, un programa de acciones rápidas concentradas en nodos urbanos importantes pero decaídos, que empezamos en la antigua dirección provincial de Arquitectura y Urbanismo de La Habana en 1974. Se hicieron varios proyectos antológicos, como el Bulevar de San Rafael, los Cuatro Caminos y 12 y 23, en El Vedado. Lamentablemente, se abandonó esa práctica; y todavía esperamos por la primera calle-parque o woonerf, proyectada para la calle Aramburu en Centro Habana.

RS: En estos años iniciales, con los cambios radicales acontecidos en la profesión y en la enseñanza, se llevaron a cabo diversos proyectos teóricos y utópicos, asociados al proyecto de construcción de una nueva sociedad. ¿Tú participaste en algunos de ellos?

Coyula: Disfruté mucho otros proyectos urbanos que hice en la Escuela de Arquitectura fuera de currículum, aunque se distorsionaron notablemente durante la ejecución –como el pueblo nuevo de Ceiba del Agua y el pueblo de Valle del Perú– o nunca llegaron a hacerse. Uno fue el proyecto (más bien un manifiesto) para Banao, elaborado en 1967 con dos arquitectos importantes, el español Joaquín Rallo y el italiano Roberto Gottardi. Banao proponía criterios muy adelantados, buscando borrar diferencias entre la ciudad y el campo, imaginando nuevas formas muy radicales de vida en correspondencia a los cambios sociales que estaban sucediendo en Cuba. Planteaba el reciclaje y otros asuntos referentes al equilibrio ecológico: y hasta se adelantaba en la donación de órganos.

Ceiba del Agua seguía la geometría de los vecinos sembrados de cítricos como trama básica para el trazado del pueblo. Usamos proyectos típicos de viviendas biplantas a los que solamente se les hacía un cambio: colocar la escalera al exterior. Eso despejaba el interior de la vivienda y daba un ritmo interesante a la calle, ahora diría que similar (salvando las distancias) a las hileras de brownstones en Manhattan. Pero se nos prohibió sacar la escalera porque se apartaba del proyecto típico aprobado para todo el país.

Algo parecido sucedió con el pueblo de Valle del Perú: en respuesta a la obligación de montar con grúas los edificios de grandes paneles de hormigón que estábamos obligados a usar, optamos por llevar esa restricción al extremo y hacer un pueblo lineal, a lo largo de un malecón frente a un embalse represado. Los edificios se ubicaban en tiras paralelas y se escalonaban en altura subiendo hacia atrás y descendiendo hacia los extremos, usando los techos para bajar al malecón.

En vez de rechazar a la vía, como era usual en todos los proyectos de nuevas comunidades rurales, planteamos que ella era precisamente una de las pocas fuentes de animación en un sitio aislado, por lo que debía incorporarse al pueblo. La seguridad se garantizaba con un par de puentes peatonales para llegar al borde del agua por encima de la vía. También este proyecto quedó desfigurado: los constructores plantearon que el cimiento típico se desperdiciaba al no hacer todos los edificios de cinco pisos, la cantidad de viviendas se redujo drásticamente de 1050 a 150, no se hizo el malecón y se perdió el concepto de pueblo lineal compacto.

En 1966, con la participación de Joaquín Rallo y Roberto Gottardi, elaboré el proyecto de remodelación de la antigua Funeraria Caballero en La Rampa para convertirla en una Casa de Cultura. Fue una experiencia muy interesante. Rallo se acercaba al diseño con una rigurosa visión científica, implacablemente perfecta, que a veces llegaba a parecerme deshumanizada. Roberto luchaba por controlar su creatividad desbordada, muy personal, con un sólido andamiaje teórico gramsciano transferido de la filosofía a la arquitectura. Fue un estudio muy serio de interiores, con énfasis en el color. Su tratamiento fue muy trasgresor; un homenaje a la estética de Los Paraguas de Cherburgo, con una fiesta de magentas, turquesas y verde manzana.

Trabajábamos in situ de forma voluntaria, fuera del horario normal de trabajo. Pocas semanas después de su sonada inauguración, se decidió cerrar la instalación debido a un incidente ocurrido en su interior, con la lógica estrecha del cuento del marido engañado y su venganza arrojando el sofá por la ventana. El público indeseable que iba allí simplemente cruzó la calle y se apostó en la esquina de L y 23.

Integré un equipo con Joaquín, Roberto y el venezolano Fruto Vivas (una máquina de producir ideas) en un programa de construcción de jardines de la infancia, una especie de mini-círculo infantil, que generalmente se ubicaron en espacios verdes de la ciudad. Fui afortunado en colaborar con esos arquitectos, siendo yo joven y poco importante. Cuando pienso en cuanto influyó Rallo en mi formación académica me parece imposible que esa relación durase menos de cinco años. Joaquín murió en 1969 a los 42 años, desterrado a Jagüey Grande para que tomara contacto con la realidad. Había nacido en Ceuta, adonde desterraban a los patriotas cubanos durante las guerras de independencia del siglo XIX.

En un proyecto posterior, para la adaptación del antiguo Palacio Presidencial para Museo de la Revolución, planteé una gran estereocelosía metálica (¿era roja?), que irrumpía desde la fachada del fondo (donde se había producido el ataque revolucionario) y atravesaba el edificio hasta salir por la fachada norte. Eso representaba al Asalto y a los grandes cambios sucedidos en el edificio y en el país. Al yate Granma lo situábamos delante de esa fachada principal, en una gran grieta escultórica en el piso para que apareciera a nivel del agua, identificada por un espejo de acero inoxidable; y con el mar al fondo. El proyecto no prosperó. El edificio de Palacio quedó intocado, sin referencias visibles externas a los cambios por los que pasó; y se embalsamó al Granma en una gigantesca urna de vidrio sin relación con el agua.

Siempre me sentí atraído por los proyectos de monumentos conmemorativos, porque son una rara oportunidad de integrar la arquitectura con el paisajismo, el diseño urbano, la escultura y –si el resultado es bueno– la poesía. Emilio Escobar, Sonia Domínguez, Armando Hernández y yo disfrutamos mucho proyectando por las noches en 1965 y luego construyendo el Parque-Monumento de los Mártires Universitarios, muy cerca de la Colina Universitaria donde habíamos estudiado en los años ‘50. Fue el primer monumento importante después de 1959 y seguimos un concepto innovador: en vez de poner una escultura en el centro de una plaza, formamos la plaza con el monumento, que es un muro de hormigón que cambia de forma según el período de la historia que alude.

El muro lleva formas en bajorrelieve, hechas con sacos de yute y papel de bolsas de cemento, tablas y sogas, clavados por dentro del encofrado. Son representaciones muy abiertas que respetan al observador sin tratar de imponerles un significado concreto. Ellas se vuelven cada vez menos figurativas a medida en que la lucha se hacía más colectiva, y al final se convierten en texturas que se funden con la del hormigón. Para nosotros fue muy importante ganar ese concurso nacional: éramos jóvenes –alrededor de treinta años– amigos y compañeros de estudios y en la lucha contra la dictadura de Batista, que todavía estaba reciente; y le habíamos ganado a muchos arquitectos y plásticos bien conocidos. El monumento en sí ha envejecido bien a pesar de la falta de mantenimiento y de que nunca se completó. Está allí, con una vida propia que ya es independiente de sus creadores.

Igualmente disfruté el proyecto del Mausoleo del 13 de Marzo en el cementerio de Colón, también con Emilio Escobar y ganado en concurso a fines de 1981. Es más sencillo, una gran hilera de banderas en acero inoxidable que funciona como un reloj solar, arrojando cada 13 de Marzo la sombra a lo largo de una franja en el piso, donde se marcan las horas. Cuando llega a las 3:15, hora del Asalto a Palacio, se puede encender una llama en ese punto para empezar la celebración. El piso de la plazuela está adoquinado para recordar la lucha callejera, y tiene unos abombamientos que obligan a caminar mirando al piso. Al bajar la cabeza para mirar donde se pisa, se rinde así homenaje a las tumbas de los caídos. José Villa, un gran escultor entonces muy joven, colaboró en la ejecución de las banderas.

Otro proyecto logrado que no se ejecutó fue el de la Fuente de la Juventud, en Paseo y Malecón, presentado al concurso en 1978. Trabajé con Luis Lápidus, Félix Beltrán, Orestes del Castillo, Sergio Ferro y José Planas. Era una especie de árbol abstracto de hormigón con bandas concéntricas desplazadas que iban girando y ampliándose de abajo hacia arriba, con la forma de la flor de cinco pétalos del Festival. Cada anillo llevaba por fuera delgadas tiras verticales de aluminio anodizado en los colores de la Flor, sujetas de manera que el aire las hiciera vibrar. Al estar muy juntas, la luz reflectaría el color, como sucede con la flor de la buganvilia –o al menos, eso esperábamos. El agua de la fuente debía subir escalonadamente para después caer como un gran cilindro. Así pensamos vencer la fuerza del viento en ese lugar, que siempre dispersaría un chorro lanzado desde abajo. La estructura serviría como pivote visual en la explanada al comienzo de Paseo, tuviera o no tuviera agua…

En 1983 dirigí a dos estudiantes talentosos, Rosendo Mesías y Juan Luis Morales, que con su proyecto de rehabilitación para el Hotel Pasaje ganaron el premio en París de la Sección Española de la UIA en la XI Confrontación Internacional de Proyectos de Estudiantes de Arquitectura. El Pasaje se había desplomado trágicamente poco antes, matando a varias personas. El proyecto conservaba las fachadas neoclásicas, rehabilitadas por una empresa estatal especializada que también asumió el reforzamiento estructural y las instalaciones, hasta el nivel de piso equipado.

El edificio, que al momento el derrumbe ya se había convertido en una cuartería, estaba muy bien situado; y se proponía destinarlo a viviendas, con células mínimas. Ese trabajo lo harían los propios usuarios, con proyecto y dirección técnica apropiada que suministraría el Estado. El diseño de las fachadas hacia los patios interiores quedaba en manos de los propios usuarios. Emilio Escobar y Orestes del Castillo colaboraron en la asesoría a los estudiantes. El proyecto nunca se ejecutó, y en su lugar se decidió hacer una sala deportiva polivalente, cuya cubierta metálica asoma impúdicamente por encima de los frontones neoclásicos.

El monumento a José Antonio Echeverría en su ciudad natal de Cárdenas fue también llamado a concurso, pero solo para estudiantes. Emilio Escobar fue el tutor del proyecto que ganó el concurso, hecho por Oscar Guevara, Claudia Baroni, Ileana Pérez Drago y el estudiante de escultura del Instituto Superior de Arte, David Placeres. Yo colaboré con Emilio. En la plaza frente a la casa natal de José Antonio, el monumento era un gran bloque de mármol con su retrato cortado en lascas desplazadas, de manera que la cara solo se podía ver desde un ángulo preciso, poniéndose en línea con la casa y el trazado de un camino en el piso, pues José Antonio salió de allí, pasó y siguió para entrar en la Historia. Lamentablemente nunca se ejecutó. La ironía es que se realizaron muchos monumentos sin pasar por concursos o incluso contra la recomendación de la Comisión de Esculturas Monumentales (CODEMA), pero varios premiados legítimamente en concurso quedaron en el papel.

RS: ¿Cuál fue tu integración en la intensa dinámica de construcciones que se llevaron a cabo a lo largo de la década de los años sesenta y en la preparación de la zafra de los 10 millones, que implicó la construcción de pueblos agrícolas e infraestructuras territoriales.

Coyula: Yo comencé en enero de 1959 trabajando por un par de meses en el proyecto de La Habana del Este, pero muy pronto pasé al Cuerpo de Ingenieros del Ejército Rebelde, donde participé en proyectos de nuevos pequeños asentamientos rurales. Después de graduado mantuve esta actividad localizando nuevos poblados rurales y obras agropecuarias en Viviendas Campesinas del Instituto Nacional de la Reforma Agraria, dirigida por el Capitán José Ricardo Rabel, quien desertó poco después espectacularmente piloteando una frágil avioneta. En 1962 nos encargaron seguir con el proyecto de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos, mencionada anteriormente. En 1963-64 estuve al frente de un Taller de proyectos en el Ministerio de la Construcción, donde hicimos varios proyectos de industrias, y después trabajé más de un año como contraparte del equipo polaco que había ganado el Primer Premio en el concurso internacional para el Monumento a la Victoria de Playa Girón. Era un grupo muy joven –excepto el ingeniero estructural, Wieslaw Szymanski– con Marek Budzynski, Andrzej Mrowiec, Andrzej Domanski y Grazyna Boczewska. Aprendí mucho con ellos. En esos años participamos en el concurso de Vivienda por Medios Propios con cuatro proyectos muy interesantes, cuyo primer premio lo obtuvieron Mario González y Julio Baladrón. También estuve por un tiempo trabajando con Tony Cintas en el proyecto de reacondicionamiento del Palacio de Justicia para Palacio de la Revolución. Eso incluyó el proyecto para adaptar el Palacio del Centro Asturiano como Tribunal Supremo. Yo quería romper la monumentalidad fascistoide de la gran fachada de Justicia con unos planos horizontales con vegetación que funcionarían como quiebrasoles; pero la propuesta quedó en el papel. El trabajo era gigantesco y después de estar mucho tiempo pidiendo refuerzos este llegó como una intervención: recuerdo todavía al prestigioso y poderoso Antonio Quintana entrando al frente de un gran equipo “con todos los hierroscomo una operación militar…

Ello coincidió con la reacción anticultural que desató en la Escuela de Arquitectura un decano disfrazado de revolucionario extremista, que con el tiempo cambiaría su inmerecido uniforme verde olivo por el hábito blanco de espiritista. Fueron eliminadas las asignaturas de Plástica y Fundamentos del Diseño, en las que trabajé con Rallo, Gottardi, Emilio Escobar y Rodolfo Fofi Fernández, y a nosotros nos dispersaron. De Palacio salí para la JUCEI de Marianao, donde trabajé como único arquitecto en muchos proyectos sencillos de cafeterías, microparques y conjuntos de viviendas. El sitio era muy alejado, en La Coronela; y las condiciones de trabajo muy duras. Recuerdo una especie de trabajo social que hicimos en Las Martinas –lo último de Pinar del Río–, justo antes de empezar la península de Guanahacabibes, donde solo se oía la radio mexicana. Allí proyecté un pequeño edificio de dos plantas que combinaba tienda, peluquería y unas pocas habitaciones para hotel. . . .

Lea completa la primera parte de esta entrevista aquí.

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Asumí con desconfianza el proyecto de remodelación de Cayo Hueso a principios de los años ‘70s. Inicialmente no me resultó negativo al analizar los planos. Hasta entonces no le había dado mucha importancia al barrio de Centro Habana, quizás por la herencia de mi formación Modernista. Pero cuando vi las primeras torres y pantallas, y lo que se había demolido para poder construirlas, comprendí lo equivocado de ese tipo de intervención. Un día, durante una de las muchas reuniones aburridas a las que debía asistir, me puse a hacer algunos esquemas. Comparé una manzana de Cayo Hueso con dos edificios de 20 plantas, un total de 236 apartamentos, y nada más; con una manzana con edificios de 3, 4 y 5 pisos alineados tradicionalmente respecto a la calle… y permitían más viviendas, sin necesidad de ascensores ni de romper con el carácter de la trama urbana y el modo de vida tradicional de la gente. Luché mucho contra los edificios altos, preparé análisis, informes; busqué partidarios para unirse a la cruzada. Cuando se detuvo su construcción tuve la ingenuidad de pensar que habían tenido éxito nuestras protestas, hasta que percibí que sencillamente era porque no podían continuarlas por el alto costo de las mismas.

Los enormes recursos empleados en las “Microbrigadas” solamente comenzaron a entrar en el área central de La Habana a fines de los ‘80s como proyectos aislados de relleno, y muchas veces pobres en diseño e incluso violando alineaciones, como el especulador más brutal de la etapa capitalista. Alamar aloja ya casi 100 mil habitantes, pero solo tienen el techo sobre su cabeza y algunos servicios básicos; faltan todos los demás componentes quehacen ciudad. La ciudad no se puede diseñar, ni siquiera por talentos fuera de serie como Le Corbusier o Costa y Niemeyer. Hay que crear una trama abierta con unas pocas regulaciones para asegurar la unidad; y luego dejar que se vaya rellenando poco a poco y controladamente con programas, estilos y gentes distintas, para dar variedad. Decían los griegos que combinando la unidad con la variedad se lograba la armonía…

RS: Con la declaración de La Habana Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 1982, se produjo un cambio de política respecto a la capital, acelerándose las tareas de recuperación del Centro Histórico. Paralelamente tú actuaste sobre la ciudad desde la Dirección de Arquitectura del Poder Popular. ¿Cuales fueron las iniciativas que se llevaron a cabo y cómo lograste la formación de equipos de arquitectos jóvenes?

Coyula: Yo actué desde la Dirección Provincial de Arquitectura y Urbanismo, (DPAU), y también paralelamente desde la Comisión Provincial de Monumentos (CPM) de la Ciudad de La Habana, que presidí desde su creación en 1978 hasta 1989. Por un tiempo armé en la DPAU un pequeño equipo de proyectos de restauración de monumentos. Ese equipo pasó después a la Oficina del Historiador de La Habana y fue el núcleo inicial del poderoso aparato que pudo construir Eusebio Leal después que demostró ser capaz de hacer mucho sin nada. Opino que el golpe de efecto más importante, que dio un vuelco a la recuperación del centro histórico de La Habana Vieja, fue cuando Leal concentró esfuerzos en la cuadra de Obispo entre Oficios y Mercaderes, y la rescató completa. Mucha gente empezó a darse cuenta del valor de esta arquitectura que antes estaba cubierta por la mugre o deformada por múltiples añadiduras. Para la misma tarea llegaron a coexistir varias instituciones: la Oficina del Historiador, el Centro Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos (CENCREM), la Comisión Provincial de Monumentos, la Nacional, el Grupo de Trabajo de La Habana Vieja, el gobierno de La Habana Vieja y el de la Ciudad… Y eran las mismas caras en todas esas comisiones, acumulando títulos nobiliarios sin señorío ni fortuna material.

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RS: La población, ante la carencia de viviendas, resolvió sus apremiantes necesidades por sus propios medios, transgrediendo en la mayoría de los casos, las normas de “decoro” urbano. ¿Qué medidas se tomaron para controlar esta situación, y cómo afectó este proceso en la calidad estética de la ciudad tradicional?

Coyula: Más grave aún que el daño visible producido por estas obras, es que ayudan a conformar una mentalidad brutalmente egoísta, en el sentido de que todo vale si resuelve mi problema; y hablo tanto de la población como de los organismos estatales. Eso refleja una crisis de valores cívicos, y quizás más profunda todavía, éticos. El problema es que hay que darle valor a los valores.

Cuando se construye poco, como ha sucedido desde el desplome del campo socialista europeo, ese poco debe ser lo mejor posible. El culto a la inmediatez y la improvisación, el dedicarse a cumplir metas y directivas – o buscar buenas explicaciones para no hacerlo – todo ello se refleja en la ciudad. Pero peor que unas pocas obras nuevas feas, resulta la proliferación descontrolada de distorsiones de todo tipo en la imagen urbana: cercados, casetas, kioscos, ranchones de guano; portales tapiados, jardines pavimentados o incluso techados; y esos añadidos que brotan como chichones…

Todas las regulaciones están escritas, pero dejaron de imponerse. Lo que el violador realmente teme no es a una multa, sino a que le demuelan lo que hizo. Pero nadie quiere ser el villano de la película. No pienso que sea posible darle marcha atrás, excepto en muy pocos casos. Ha sido una especie de suicidio. Me cuesta trabajo encontrar una cuadra en mi Vedado natal donde no haya al menos una violación importante.

RS: Tú participaste en diferentes proyectos de intervención en diferentes áreas de la ciudad, con equipos internacionales y la participación de alumnos de la Facultad de Arquitectura. ¿Cuál fue el aporte positivo de estos trabajos de proyecto urbano?

Coyula: Lo más importante es abrir la mente a la diversidad de enfoques, incluso los aparentemente más utópicos. Pero ya mucha gente aquí ni siquiera reacciona. Voy a referirme solo a estos últimos años. En el CENCREM se expusieron los proyectos del grupo “Manifestos”, de arquitectos de la vanguardia deconstructivista internacional: Wolf Prix, Eric Owen Moss, Thom Mayne, Carme Pinos, entre otras luminarias. Ellos (y yo) pensábamos que se produciría un ardiente debate. No pasó nada. No hay costumbre de polemizar. Yo aprendí mucho en algunas sesiones en 1995 cuando ese grupo vino la primera vez, aunque a veces las discusiones eran tan sutiles que llegaron a exasperarme. Parece que yo tampoco estaba acostumbrado… Por cierto, Prix presentó una gran maqueta en blanco, una hermosísima escultura que reflejaba su búsqueda de un vocabulario para poder intervenir en una ciudad que no conocía, como La Habana; pero también dijo que lo que más necesitaba La Habana era una nueva infraestructura.

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La maqueta sirvió pare ensayar sobre ella los nuevos proyectos. Así pudieron detenerse algunas intervenciones fatales, como la enorme torre de 42 pisos en la Plaza de la Revolución, que se tragaba al obelisco de José Martí y desbalanceaba la plaza. La alternativa que les propusimos fue descomponer el programa en varios edificios más bajos de 12 o 13 plantas. Eso redistribuía el impacto, ayudaba a mejorar la definición espacial de una plaza que siempre pareció un potrero, y hubiera permitido ir explotando los edificios a medida que se iban construyendo. También daría tiempo para decidir si realmente el programa estaba bien fundamentado. Con la desaparición del campo socialista, la plantilla del ministerio que promovía el edificio se desinfló de 5 mil empleados a menos de 300. Otro éxito apoyado en la maqueta fue cuando se consiguió detener un programa para construir torres en terrenos vacíos a lo largo de Paseo. Mi argumento era: ¿por qué quieren Paseo? Porque es una calle muy bonita. ¿Y por qué es bonita? Porque casi no hay edificios altos. Pero es más fácil usar la maqueta para combatir un proyecto obviamente chocante y malo, que para promover uno bueno, pequeño y contextual, que no se hace notar.

La maqueta debía servir también para crear conciencia en los visitantes cubanos sobre los valores de su ciudad. Pero está ubicada en Miramar, un barrio poco accesible para el habanero promedio. Se trató de usar los locales para seminarios y conferencias, talleres con niños de escuelas cercanas… Una iniciativa que ha prendido son las charlas que titulé La Habana que Va Conmigo. Cada primer viernes de mes llevo a una personalidad invitada para hablar de su Habana, la que lo marcó y acompaña. Ya hay más de setenta, y salió el primer libro que recoge trece intervenciones. Es la historia no escrita de La Habana, una historia menor que crece por la visión del testimonio del invitado.

La maqueta es enorme, impactante. La primera reacción de quien la ve es: ¡esta ciudad no se puede dejar perder! Le falta un sistema de iluminación más teatral, más dramático, que es muy costoso. Y sobre todo, que se hubiese localizado en un lugar céntrico, como La Rampa.

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RS: En los años 90 se permitieron inversiones extranjeras en la ciudad para construir hoteles, oficinas, viviendas. ¿Qué consecuencias, positivas o negativas tuvieron las nuevas obras para la ciudad?

Coyula: Me parece que ya lo contesté antes. Para mí lo más triste fue ver la actitud lacayuna en algunos arquitectos, aceptando las ridiculeces que les pedía el inversionista extranjero, malas reproducciones de le peor arquitectura comercial de Miami. Un caso límite fue la respuesta encontrada por un arquitecto cubano al requerimiento de un importante promotor inmobiliario que pidió una arquitectura para sus edificios que fuera neoclásica, mediterránea y colonial cubana. La solución fue como una ensalada de helados con tres sabores: los primeros piso neoclásicos (¿?), los del medio “mediterráneos”… y los últimos coloniales, con arcos y vitrales de colores (¡!). He oído decir que ese arquitecto recientemente se fue de Cuba: me imagino que buscando beber directamente en su fuente de inspiración.

RS: En Miami existen grupos de estudios sobre La Habana, intentando prever y definir las consecuencias de futuras transformaciones económicas, funcionales y morfológicas de la ciudad. ¿Existe una vinculación y un diálogo entre los especialistas de ambas ciudades preocupados por los problemas presentes y futuros?

Coyula: Pienso que hay que diferenciar la actitud de Duany y su equipo, abiertos al diálogo, a transmitirnos sus experiencias sin querer imponerlas; y compararla con la de otros, que cierran de inicio toda posibilidad de colaboración con Cuba, excepto con individuos sin vínculos institucionales. No sé cómo lo conseguirán, en un país donde la casi totalidad de los arquitectos y urbanistas trabajan para el Estado… Dudo de su capacidad de pensar sobre una ciudad que no han pisado en 45 años. Cuando se ve a los que patrocinan algunas de esas iniciativas, te das cuenta que no es un interés cultural ni patriótico, sino especulativo, poniéndose delante en la fila para cuando llegue el reparto.

Me llama la atención que algunos que allá expresan escrúpulos por involucrarse con una dictadura, sin embargo, colaboraron alegremente con la de Batista, cuando los cadáveres de jóvenes asesinados eran arrojados como escarmiento a la calle. Veo una especie de fanatismo parecido a los autos de fe y los expedientes de limpieza de sangre, cuando había que demostrar que no se tenía antepasados judíos o moros. Para ese tipo de exilio fundamentalista, los únicos limpios serían los batistianos. Comprendo el resentimiento, y lo ha habido de ambas partes; pero así no se llega a nada estable, bueno para todos.

Pero también hay otros en Miami que se preocupan honradamente porque no se repitan aquí los errores que se cometieron allá y en otras ciudades de los Estados Unidos y otras partes del mundo. Lamentablemente, hay importantes ciudades asiáticas donde el desarrollo se identifica con copiar lo peor de Occidente; o lo que ya no quieren más allá donde lo inventaron; y lo confunden con progreso. Se repite el engaño de los Conquistadores, cambiando a los aborígenes espejitos por pepitas de oro. No es solo en Miami donde se piensa en el futuro de Cuba. Hay muchos urbanistas estadounidenses, europeos y latinoamericanos preocupados por la macdonaldización de nuestro patrimonio.

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RS: ¿Cuál es tu visión de los principales problemas que tiene La Habana en la actualidad y que medios reales existen para resolverlos?

Coyula: Es difícil pensar en problemas principales, porque son muchos y están entrelazados. En esencia, todos dependen de la economía y de los mecanismos de gestión. Ya había dicho que hay que fortalecer la economía a todos los niveles. No se puede pensar en mejorar la economía macro si no mejora a la vez la de las ciudades, los barrios y las personas. Y el problema de la economía doble, en pesos y en dólares, no parece tener solución a corto plazo. La reciente sustitución del dólar de Estados Unidos por el peso convertible cubano, a los efectos internos solo cambia el color del billete. Esa dualidad está generando desigualdades marcadas que no existían, y a su vez se refleja en formas de vida y hasta tendencias estéticas mutantes que cambian la imagen de la ciudad.

Indirectamente, influye también en un aumento de la segregación racial. Parece que menos negros están llegando a los estudios superiores. Aunque la matrícula sea gratuita, estudiar una carrera –sobre todo Arquitectura– requiere cada vez más apoyo económico de la familia; y los muy pobres no pueden afrontarlo. Claro que hay un sistema de becas y ayudas, pero la realidad es que para un joven negro que vive en un tugurio, todo resulta más difícil. Paradójicamente, la Ley de Reforma Urbana de 1960 arraigó a cada cual donde vivía, y la única movilidad posible es por permutas, ya que la construcción de nuevas viviendas para la población está de hecho paralizada. El que tuvo la desgracia de nacer en un barrio pobre y habitar en una vivienda infraestándar, es muy posible que arrastre ese problema toda la vida. El gobierno se ha preocupado por darle estudio y empleo a jóvenes que no estaban trabajando ni estudiando, y garantiza el sueldo a los obreros de los centrales azucareros que se han cerrado –la mitad del total– pero eso es una carga más sobre una economía colapsada.

La indisciplina ciudadana crece y puede implicar también en el futuro otro problema peor de seguridad pública. Ya había mencionado antes cómo esa indisciplina empobrece la imagen de la ciudad y anula esfuerzos por mejorarla. Es necesario lograr una participación efectiva de la población desde etapas tempranas en la toma de decisiones, no después que las decisiones se han tomado. Todavía aquí hay que avanzar mucho, y usar mejor la capacidad de movilizar a la población; pero eso tiene que ser alrededor de tareas que sientan como suyas.

La alimentación adecuada sigue siendo un problema serio, especialmente para los jubilados y los de más bajos ingresos, lo que a menudo coincide con quienes no reciben moneda extranjera. Sucede que la mayoría de los que se fueron definitivamente al exterior eran blancos, y envían (o enviaban) dinero a sus familiares en Cuba, también blancos. La agricultura urbana ha tenido mucho desarrollo, crea empleos y evita transportaciones lejanas. Pero hay que evitar que se use agua del acueducto para regar, y proteger a las siembras –sobre todo a los vegetales de hoja – de los residuos tóxicos de los escapes de vehículos que les pasan cerca.

La infraestructura de la capital está destrozada. El acueducto necesita una reconstrucción para evitar la pérdida de casi la mitad del agua antes de que llegue a las casas, pero eso también sucede en Washington DC. Además, es necesario mejorar la calidad del agua potable. El alcantarillado de La Habana data de 1913, diseñado para 600 mil habitantes (el doble de la población entonces), y la ciudad tiene ahora 2,18 millones. Los efluentes se arrojan crudos a la Corriente del Golfo. Las calles son casi intransitables, excepto las vías por donde circulan ómnibus. Eso, unido al calor, la falta de piezas, los accidentes y al aumento de vehículos en las calles, ha hecho retroceder el uso masivo de la bicicleta, que tuvo un crecimiento espectacular a mediados de los ‘90s.

Un problema muy serio es la energía eléctrica. Cuba depende exclusivamente de generación termoeléctrica usando petróleo, que venía casi todo de la URSS. Un logro importante de la Industria Básica fue aumentar la producción nacional en más de cinco veces, hasta 4 millones de toneladas de petróleo y equivalente en gas acompañante. La electricidad se genera totalmente con crudo cubano, pero es un petróleo muy pesado y al parecer agresivo con las turbinas. Es posible que el cierre de la mitad de los centrales azucareros haya influido también, porque muchos se autoabastecían energéticamente quemando el bagazo de la caña, y servían a la población alrededor. A mediados de 2004 se produjo una crisis muy seria que terminó en la destitución del ministro del correspondiente ramo.

El transporte público descansa en ómnibus Diesel y el invento criollo del “camello”, enorme transporte de perfil jorobado donde se compactan 220 personas. Existe un círculo vicioso: como el transporte público es tan deficiente, hay muchos más ómnibus propios de organismos estatales que los de servicio para toda la población. La paradoja es que estamos en la situación ideal para desarrollar un buen transporte público masivo que disuada el empleo de autos individuales; pero la realidad es que cada año crece el número de automóviles. Se ven menos autos americanos de los ‘50s, casi todo convertidos en taxis con motores Diesel muy contaminantes, los llamados “almendrones”; y también menos autos soviéticos que los habían empezado a sustituir. Ahora, sobre todo en la zona privilegiada del oeste, donde se concentran las empresas extranjeras o mixtas que operan en divisas, se ven cada vez más autos japoneses, sudcoreanos y franceses, cruzándose con el Lada resplandeciente de vidrios empapelados en negro y música disco ensordecedora de los “macetas” (nuevos ricos).

La vivienda es un viejo problema. El Estado ha hecho esfuerzos por atenderla, pero descansando siempre en la construcción masiva de nuevos conjuntos de edificios multifamiliares en altura. Las “Microbrigadas” fueron una experiencia interesante de esfuerzo propio con fuerte ayuda estatal, pero con el inconveniente de que los constructores no sabían construir, y para cuando aprendían ya habían terminado su edificio. De hecho, las “Microbrigadas” se paralizaron con el período especial tras la desaparición de la URSS. A pesar de los infinitos debates, no se pudo implantar el concepto de vivienda en crecimiento, porque depende de que el interesado pueda comprar fácilmente los materiales para crecer en el momento en que pueda y quiera.

El mantenimiento del fondo existente siempre fue subvalorado por la prioridad dada a la nueva construcción. Otros programas de construcción de obras sociales –hospitales, escuelas; y en un tiempo industrias – tuvieron mayor atención que la vivienda. Queda flotando el fantasma de cómo resistirá La Habana el paso de un gran huracán como el Iván de septiembre pasado (2004), con vientos de más de 300 kilómetros por hora. La paradoja es que la vida en esta isla depende en gran parte del agua que dejan los ciclones; y la vivienda ideal para todo el año, con grandes aleros y abierta a la brisa por todas partes, es la que peor se comporta ante un gran huracán. Nunca se puede tener todo.

Lea completa la segunda parte de la entrevista aquí.

La electricidad al servicio de Cuba, documental

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  Documental de los tardíos 1950s, dirigido por Carlos Franqui.
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